Fernando Jáuregui – Un ejército que da pavor


MADRID, 26 (OTR/PRESS)

El ejército que me da pavor no es un ejército armado. Ni belicoso, ni siquiera amenazante, que es este un país de gente pacífica y de buen conformar. El ejército que me da pavor, y sonrojo, y un algo de ira, es ese compuesto por dieciocho millones y medio de los llamados «mileuristas», esas personas que no llegan a cobrar mil cien euros al mes, entre las que se encuentran desempleados que cobran el subsidio, empleados por cuenta ajena, autónomos, pequeños empresarios, profesionales… Si la cifra que ofrecen los técnicos del Ministerio de Hacienda es exacta, algo así como seis de cada diez españoles se encuentran por debajo de la media salarial, que, por cierto, tampoco es para echar las campanas al vuelo, mil quinientos euros al mes.

Podemos admitir, si eso nos tranquiliza la conciencia, que no todos ofrecen al fisco los datos exactos de su situación económica (claro que quienes más posibilidades tienen de escaquearse son los que más ganan, no los que menos). Que hay «chapuzas» por aquí y por allá, porque de alguna manera tiene que salir ese volumen del PIB que se cimenta en dinero negro; pero, una vez más, convengamos que esos billetes de quinientos euros que circulan fuera de los circuitos «oficiales» son más fácilmente obtenibles por unos que por otros; por ejemplo, por ciertos prósperos profesionales liberales que, como usted, yo y todos sabemos bien, no hay manera de que te den una factura a cambio de sus servicios, habilidades y saberes.

Una vez dicho todo esto, sigue impávida la cifra aterradora: más del cincuenta por ciento de los españoles ha de arreglárselas con mil euros, o menos, al mes. Juntando sueldos con la pareja, viviendo en algo semejante a esas «soluciones habitacionales» de las que hablaba y predicaba la ex ministra de la Vivienda aquella, dando cobijo a los padres que son pensionistas (no falta quien piense que, de no existir la estructura familiar tradicional en España, cientos de miles de mayores simplemente morirían de hambre)…

España, sobre todo en vacaciones, es un país de apariencia festiva y jaranera -ahí está esa «tomatina de Buñol», fiesta popular que consiste en arrojarse toneladas de tomates a la cabeza, en una batalla incruenta, pero, a mi modo de ver, increíble y algo sonrojante, nunca mejor dicho-. País tópico y típico de sol y toros, de tintos de verano y cañas en el chiringuito. País de piso en propiedad y casita en la playa, de coche de lujo y cenas de amigotes. Pero la frialdad de los datos es un escalpelo que nos muestra que esa apariencia de luces tiene un contenido real de sombras sobrecogedor, y que la renta nacional está -ya lo sabíamos, claro- pésimamente distribuída: a más de la mitad de los españoles no les sobra nada y les faltan, en cambio, muchas cosas.

Ya no es el inmigrante que tiene que conformarse con el trabajo que sea, ni el joven recién salido al mercado laboral, ni el pensionista, ni el parado, ni todos ellos juntos: es que el salario de muchos, es que los ingresos de tantos emprendedores y autónomos, ya no sobrepasan esa cifra vergonzosa de los mil euros, que es como situase en los aledaños del límite de la supervivencia digna. Es que la confianza en el futuro cuando ganas mil euros empieza a ser nula, y toda aventura consumista, por mínima que sea, te acobarda. Y, de alguna manera, empiezas a dejar de ser libre. ¿Exagero? Puede que sí. O no, que diría ese político gallego.

Ya digo: de todos los datos que estos días se filtran hasta los medios, este ha sido el que más me ha impactado en los últimos tiempos. Nada que ver este ejército sombrío con brote verde alguno y menos aún con las sonrosadas perspectivas que a veces nos adelantan portavoces oficiales u oficiosos. No estoy del todo seguro de que a este ejército desunido, desamparado, timorato, le importen mucho las macrocifras oficiales, o que Francia y Alemania empiecen a salir de la angustia o que Obama ratifique como presidente de la Reserva Federal a Bernanke, que es un sorteador de crisis globales que seguramente en su vida ha tenido la oportunidad de dar la mano a un mileurista. Eso, la verdad, tendrá mucha importancia, pero muy poco interés para esas gentes que protagonizan una noticia que, por imaginada y asumida, ni siquiera salió en muchas portadas: seis de cada diez de las personas con las que nos cruzamos por las calles -o sea, nosotros mismos, los nuestros_ganan menos de mil cien euros al mes. Y, además, puede que hasta sigan sonriendo, que así de buenos somos.

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