Consuelo Sánchez-Vicente – Poco que perder.


MADRID, 9 (OTR/PRESS)

Es posible que fuera solo pose, como cuando un cachorro se tira al suelo para dar pena al grande, pero durante el pleno de la crisis de ayer, con perdón de la comparación, quien más cara de circunstancias tuvo durante toda la sesión fue el presidente del Gobierno. Su compromiso de informar al Parlamento cada tres meses de la marcha de la crisis no le dejaba otra opción que acudir a la Cámara nada más inaugurarse el actual periodo de sesiones. Reconozcámosle algo: el momento es de los peorcitos para rendir cuentas a los ciudadanos, con los presupuestos familiares esquilmados por las vacaciones y «apuntillados» por la vuelta al cole, y con el trío calavera de nuestras pesadillas repanchingado en el sillón: o sea, con el paro y el déficit en todo lo alto y creciendo los dos mientras baja la competitividad. Pero, cuando toca, toca. De momento el Gobierno no controla el calendario.

Que la crisis es internacional es obvio, ahora, que no está azotando con igual intensidad a todos los países, también. Las medidas anticíclicas que ha permitido adoptar hasta ahora Zapatero a sus ministros de Economía -antes a Solbes, ahora a Salgado- no permiten ver en nuestro país el final de un túnel del que los principales países de nuestro entorno, aquellos con los que Zapatero quiere echar carreras, ya están empezando a salir. Y cuando algo no funciona, ¿qué es lo que hay que hacer? Cambiarlo.

Ni Rajoy ni ninguno de los líderes políticos que ayer le dieron la réplica al presidente del Gobierno le pidió que recortase eso que él denomina «gasto social» ni cuestionó la necesidad de hacer lo que haga falta para que la solidaridad llegue a las personas y a las familias especialmente golpeadas por la crisis. No es eso si no otras partidas del gasto público, gastos corrientes, lo que le propusieron recortar, y sobre ese recorte versa la oferta de pacto que le hizo al presidente el líder de la oposición. Un pacto que incluiría de oficio el apoyo político de Rajoy a Zapatero, y por lo tanto que el PP renunciase al caramelito de hacer demagogia con la impopularidad que sin duda le reportaría al presidente del gobierno recortar gastos para no seguir engordando el déficit ni subir los impuestos.

Los dos grandes partidos sufrirían electoralmente con ello, el PSOE por liderar el ajuste y el PP por no aprovecharse para criticarle, pero yo creo que merecería la pena por la inyección de credibilidad (y de moral) que le daría a la economía ver al gobierno y a la oposición remando juntos. Tal vez haya menos que perder de lo que parece. Por el camino que vamos es evidente que vamos mal, mejor no insistir, y subir los impuestos con los bolsillos ya pelados ahogaría aun más el consumo y la inversión y por lo tanto la actividad económica. Tal vez podría funcionar, no se* si se intentase, claro.

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