Alguno se hubiera llevado un disgusto. Si después de visitar esos paraísos de democracia que son Libia, Siria, Irán y Bielorrusia y de hacer una escala en Rusia, para aprovisionarse de cazabombarderos, helicópteros y fusiles Kalashnikov, Hugo Chávez no hubiera parado en España, en La Moncloa y el Ministerio de Exteriores habría cundido la decepción.
No busquen ironía en mis palabras. Si Zapatero considera al Gorila Rojo un «partenaire» adecuado para su Alianza de Civilizaciones y si a Moratinos le parece que «el nivel de libertad de expresión en Venezuela es satisfactorio», tiene lógica que estén de echarse unas risas con él.
Cierto es que fue Chávez, búsqueda constante de atención mediática, quien propuso pasar unas horas en Madrid, pero las autoridades socialistas ya se han apresurado a subrayar su «interés» en el asunto. Lo que no me ha quedado claro es de qué hablarán durante los encuentros.
Con Don Juan Carlos, quizá rememoren lo del «por qué no te callas», que soltó el monarca español durante la XVII Cumbre Iberoamericana.
Hace unos días, en la Mostra de Cine de Venecia, a la que había acudido para presentar su documental «South of the border», Oliver Stone, además de afirmar que el mundo necesita «decenas de Hugo Chávez», dijo que el Rey de España debería callarse y escuchar más al presidente venezolano.
O sea, que se mondarán de risa, se harán unas fotos y se darán un plebeyo abrazo. Más o menos el programa que habrá un poco después en La Moncloa.
Porque no imagino a Zapatero preguntando a Chávez por sus siniestros lazos con los narcoterroristas colombianos o aconsejándole que deje de encarcelar periodistas y de apalear a estudiantes díscolos.
Y tres días después, con mitin en Leganés, tenemos aquí al prenda de Evo Morales.
Estamos que lo tiramos.