MADRID, 23 (OTR/PRESS)
Cuando les va mal en España, los inquilinos de La Moncloa agarran el pasaporte y se dedican a arreglar el resto del mundo. Suárez descubrió el estrecho de Ormuz, González al canciller Khol y Aznar cogió postura en el rancho de Georges Bush, tras pasar por las Azores.
A Rodríguez Zapatero le tenemos estos días en Nueva York tratando de hacer allí las Américas de la política que no le salen aquí. Ha dicho que quiere hablar con Obama de la «alianza de civilizaciones», una franquicia retórica que comparte derechos de autor con el turco Erdogan, un personaje que ha hecho del islamismo «moderado» la punta de lanza de un movimiento que ha vuelto a poblar las calles de Ankara y Estambul de mujeres con pañuelo y gabardina.
Zapatero cree que la «alianza» puede ser una barrera contra el islamismo fanático. Quizá no ha reflexionado sobre un hecho por lo demás llamativo: entre la veintena larga de países de tradición árabe-musulmana no hay una sola democracia. Monarquías, repúblicas o teocracias, todos son regímenes autoritarios, cuando no dictaduras feroces. Con esos socios quiere construir Zapatero su «alianza». Es un error o una ingenuidad. Antes que liarse con tan inútil (y costoso) proyecto, lo que la ONU debería exigir es la democratización de todos los países de órbita musulmana. Libertades civiles y derechos individuales para los ciudadanos.
La persistencia de las teocracias musulmanas -raíz del fundamentalismo islamista-, tiene una sola explicación: es la clave de los privilegios de las clases dominantes de cada uno de los países. Nadan en una escandalosa riqueza en medio de pueblos sumidos en la pobreza, cuando no en la miseria. Esos son los socios del proyecto de Zapatero. Ahora que se ha ido Jordi Sevilla, quizá Bernardino León (un buen diplomático) podría dedicar un par de tardes a explicarle a Zapatero estas cosas. Que le diga que no gaste su tiempo y nuestro dinero en esta empresa porque, como dijo el torero: lo que no puede ser, no puede ser y, además, es imposible.