MADRID, 23 (OTR/PRESS)
Al contrario de lo que le sucede a la mayoría de los presos corrientes que penan en nuestras cárceles, los cargos públicos corruptos tienen muy difícil la rehabilitación y la reinserción. En tanto que los primeros carecieron desde la cuna de lo más indispensable para crecer y vivir sosegada y honradamente, pues el rumor que les arrulló entonces no fue en la mayoría de los casos el de una dulce nana, sino el del arroyo mefítico, los segundos disfrutaron de todo eso que, en teoría cuando menos, nos resguarda de la inclinación al atraco y al despojo. Muchos de éstos gozaron de sábanas de hilo, de colegios buenos, de juguetes caros, de entornos solícitos, de comida abundante y de habitación cálida, pero esos bienes, lejos de cultivar en ellos la decencia, les alimentaron la codicia y el egoismo depredador. Así, en tanto que muchos de los presos marginales y paupérrimos, huérfanos de toda orfandad, necesitarían únicamente la oportunidad que nunca tuvieron (ni siquiera una segunda, sino una sola) para entregar lo mejor de sí y aclimatar su comportamiento a las normas civilizadas de la convivencia, los presos ricos, que son muy pocos en relación al número de los que deberían por sus actos antisociales estar entre rejas, han venido despreciando las oportunidades que la vida les fue ofreciendo en cascada. ¿Cómo reinsertar al que, en puridad, se desinsertó por deporte, por afición al sucio deporte de dejar a los trabajadores sin trabajo, a los enfermos sin hospitales, a los niños sin colegios y a los ancianos exhaustos sin un tramo final digno y confortable?
Pero los otros, los estigmatizados habitantes pobres de nuestros presidios, que por haber tropezado -como no podía suceder de otra manera dadas sus circunstancias- purgan al precio de la libertad condenas severas, sí son, la mayoría, redimibles, tanto para la sociedad como para ellos mismos, y esa reflexión humanitaria básica es la que propone, y lo hace insólitamente en la charca de la televisión, el programa «El coro de la cárcel», un lujo de sensibilidad, empatía y cordura social que no sé si habrá de aprovechar en algo a quienes, de tanto ver la vida a través de la televisión precisamente, parecen tener el corazón necrosado.