Charo Zarzalejos – El burka


MADRID, 24 (OTR/PRESS)

Fátima Hssini, hermana de un presunto terrorista, ha sido citada por la Audiencia Nacional en calidad de testigo. Lo hizo con burka. Tapada del pelo a los pies, sin dejar a la vista ni un centímetro de piel, ni un solo pelo. Nuestro sistema jurídico es de los más garantistas de cuantos existen en el mundo democrático, pero, como es natural, tiene algunos límites. Uno de ellos, bien razonable, es saber a ciencia cierta a quien se tiene delante y para ello no se ha inventado nada distinto a que el rostro sea visible.

Fátima se negó a descubrir su rostro porque, según explicó, su religión se lo prohibía. El juez trató de negociar, pero no lo hizo con ella, sino con su marido, dueño y señor de la voluntad, cara y cuerpo de su mujer. Al final, se llegó al acuerdo según el cual el próximo lunes Fátima asistirá de nuevo a declarar con la cabeza cubierta y la garantía de que nadie verá su rostro.

A muchos kilómetros de la Audiencia Nacional, en Irán, el Ejecutivo de aquel país ha tenido una nueva y creo que aberrante ocurrencia, como es el prohibir la exhibición es escaparates de ropa interior femenina y las maniquíes no deben sugerir que son mujeres. Nada de curvas, ni piernas al aire; es decir, palos con cara de mujer.

Pocos derechos merecen tanto respeto y reconocimiento como el derecho a creer y practicar la religión que cada cual quiera, o ninguna. Es el Presidente de Francia el que ha sentenciado que «una sociedad con creencias es una sociedad esperanzada». Pero esta afirmación requiere de matices cuando, en nombre de la religión, se atenta contra el devenir de los tiempos, contra la libertad y contra las mujeres.

Todas las «fátimas» del mundo tienen derecho a vivir su religión según su saber y entender, e incluso a vestir como les venga en gana; pero deben saber, ellas y ellos, que en Occidente hay normas y límites que deben cumplirse. Sería un error desistir de nuestra forma de entender la vida, poner en cuestión la diferencia clara que debe existir entre las normas de obligado cumplimiento en una sociedad democrática y las creencias de cada cual. Desistir sería tanto como iniciar un camino de no retorno, máxime cuando lo que hay al otro lado es puro extremismo y una concepción de la vida y de la mujer inasumible en los países libres.

El Presidente Zapatero defiende la Alianza de Civilizaciones. Se refiere, naturalmente, al mundo islámico, en donde, efectivamente, existen diversas formas de entender su propia religión, y esa alianza creo que, en buena parte, ya está hecha. Un recorrido por España y Europa es buen ejercicio para comprobar el extraordinario numero de mezquitas que existen; los miles y miles de ciudadanos musulmanes que estudian en nuestras universidades; las numerosísimas carnicerías pensadas sólo para ellos, y bien recientemente hemos conocido que Ceuta ha declarado fiesta oficial el último día del Ramadán. Así deber ser: respeto a las creencias ajenas y reconocimiento a sus derechos religiosos. Pero hasta ahí. Todo esto indica que el problema no es de los occidentales ni de los islamistas que saben hacer compatible su religión con la libertad. El problema son las intolerancia y éste se agrava cuando esas intolerancias son instigadas, alentadas y preservadas por los respectivos Gobiernos.

Hay que alentar esa Alianza de Civilizaciones para que ningún ciudadano europeo o americano tengan que dejar en su casa la Biblia o una pequeña cruz para no tener problemas en Arabia Saudí; para protestar ante los regímenes que ejecutan a los homosexuales o lapidan en público a las mujeres o les azotan por tomar cerveza. Con estos comportamientos, con estas corrientes de pensamiento la intransigencia debe ser absoluta.

En un país libre como España, mayoritariamente católico, se puede debatir en el Congreso una reprobación al Papa por oponerse al uso del preservativo. Nada más legítimo que la discrepancia, pero no estaría nada mal que alguna vez a alguien se le ocurra llevar al Congreso una iniciativa de reafirmación en nuestras creencias y convicciones democráticas según las cuales los homosexuales son ciudadanos en plenitud de derechos, que no caben penas corporales y que beber cerveza no es delito.

Bueno sería aprovechar los foros internacionales que nuestras autoridades tengan a mano para recordar a quienes deben escucharlo que así no, que con estos modos y maneras no es posible avanzar y que son ellos, los intolerantes y oscurantistas, los que tienen que trabajar para que Fátima entienda que en España no se puede declarar con el rostro tapado y que son ellos, y no nosotros, los que tienen que aceptar que las mujeres tenemos curvas. ¡Qué le vamos a hacer!

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