MADRID, 2 (OTR/PRESS)
Los Juegos Olímpicos son un gran negocio, pero sólo para unos pocos. Y no todos, son atletas. Son un gran negocio, en primer lugar, para los miembros de un Comité Olímpico Internacional a quienes autoridades y medios de comunicación de los países que aspiran a conseguir la encomienda olímpica rinden pleitesía, a mi juicio, de manera rayana en lo indecoroso.
Son, también, gran negocio, en términos de imagen, para los políticos cuyas agendas y vidas se transforman en una radiada feria de vanidades que les lleva de plató en plató saciando su ego; son negocio, para las empresas constructoras que con cargo a instalaciones elefantiásicas acopian en pocos meses miles de millones que apenas aparejan puestos de trabajo estables; son negocio para los canales que consigue los derechos de televisión y machacan a los sufridos espectadores con cataratas de publicidad.
Es verdad que las ciudades designadas para organizar los Juegos saltan a la fama en la aldea global y reciben más turistas, pero el precio que pagan los vecinos -en molestias y subida de impuestos para pagar las obras y los fastos-, no compensa.
Alguien dirá que los Juegos Olímpicos son la exaltación de los valores del deporte. Debería serlo, pero ya no es del todo así. La irrupción de la televisión y la publicidad lleva años desnaturalizando el espíritu olímpico, aquel de cuando el etíope Abebe Bikila, corriendo descalzo, ganó la maratón en Roma. No es un secreto que, pese a las proclamas oficiales de amateurismo, el deporte de elite cada vez está más profesionalizado, más metido en círculos ajenos a la filosofía del barón de Coubertin. Nadie habla de estas cosas en estos días en los que lo que se despacha en los medios y en las tribunas políticas son epinicios y retórica triunfal alrededor de la candidatura olímpica de Madrid.
Tampoco se habla mucho de los 80.000 ciudadanos que se quedaron sin trabajo en el mes de septiembre. Y con ellos, son ya más de cuatro millones. Se habla poco de ellos porque son los perdedores de la historia y nadie compra historias de perdedores. Lo que se lleva, es lo otro. En lo otro está el gran negocio.