Carlos Carnicero – Después de Copenhague, la vida continúa


MADRID, 3 (OTR/PRESS)

Entre el entusiasmo y el desencanto se encuentra la realidad. La euforia había ocultado las dificultades subjetivas de acceder a la Olimpiada. Todos nos dejamos atrapar por el entusiasmo esotérico de una corazonada. No hay un vademecum de méritos y de prescripciones para obtener unos juegos olímpicos porque todo discurre detrás del velo sutil de los criterios de un centenar de personas cooptadas entre un núcleo de «olímpicos» de distinta procedencia, y una legitimidad que nace y se acaba en el grupo que han formado, y que discurre por los altísimos intereses que constituyen unos Juegos Olímpicos. José Antonio Samaranch lo demostró: «regalarme esta Olimpiada, porque ya estoy muy mayor y no voy a tener otra oportunidad», les vino a decir a sus colegas de la sociedad secreta que constituye el Comité Olímpico Internacional. No l e hicieron caso. Su tiempo también terminó. Pero fue una decisión sabia aunque a los españoles no haya cortado la digestión de la euforia.

Brasil simboliza como ningún otro país los nuevos tiempos que se han dibujado en el mundo a raíz del 11-S. Osama Bin Laden, además de las Torres Gemelas, derribó un orden caduco basado en una autoridad insostenible por la fuerza: la de Estados Unidos. El eje del poder se ha desplazado desde Occidente. Una Olimpiada en Río de Janeiro es la escenificación de esos nuevos tiempos en donde Brasil reclamó magistralmente en la voz de Lula el derecho que ya le corresponde como décima economía del mundo. Latinoamérica existe no sólo como interés de las multinacionales. Hay que aprender portugués porque será un idioma fundamental en quince años.

Madrid forma parte de un mundo que no termina de consolidar su edad en una cura de rejuvenecimiento. La prueba es una Unión Europea pendiente del referendo de Irlanda y que no tiene capacidad para atajar a los piratas de Somalia. Mientras no se concierte una Unión Europea capaz de juntar la soberanía de sus socios en un verdadero proyecto compartido todo se quedará en palabras.

Barack Obama cosechó en Copenhague su primera derrota. Hizo lo que tenía que hacer porque Chicago, como sede olímpica, era una encomienda imposible. Pero el talismán de Obama sufrió el primer varapalo. Brasil eclosionó y confirmó su liderazgo continental. En España, la vida continúa y después del abrazo emocionado de Copenhague, el cainismo recupera su monopolio.

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