MADRID, 3 (OTR/PRESS)
A los países les ocurre lo que a las personas. Cuando uno tiene el ánimo constreñido por una preocupación, por la añoranza, por lo que se quiere ser y no se es, una carantoña, un rato de conversación, unos minutos de bienestar, por efímero que sea, tiene un efecto balsámico. Casi terapéutico. Con la corazonada que no ha sido, ha ocurrido algo similar. Durante unas cuantas horas, quien más quien menos se olvidó del paro, de los impuestos y de los muchos asuntos -algunos ridículos- que nos agobian y nos dividen.
La corazonada que no fue pese a que nuestra candidatura, –objetivamente vista era, sin duda, la mejor–, sirvió para trasladarnos al territorio de la unidad, del trabajo bien hecho, del objetivo compartido. Fue reconfortante ver el equipo formado por el Rey, el Presidente del Gobierno, el alcalde de Madrid, la Presidenta de esta Comunidad, a Samaranch senior -«ha comenzado el final de mi tiempo», dijo- y presentados por Samaranch junior. Debemos estar orgullosos de nuestra puesta en escena. Fue impecable.
Pero la corazonada se ha ido. Se ha esfumado a favor de Brasil, cuyo presidente Lula da Silva ha recibido una alegría que se merecía. Y aquí y ahora seguimos nosotros. Con la corazonada rota vienen las inevitables lecturas políticas. Los americanos y todos los demás hemos comprobado que el elixir Obama tiene sus límites y aquí, en casa, no faltarán quienes estén pensando ya en como recordarle a Ruiz Gallardón que las cosas no han salido como él -y la mayoría- quería. ¡Qué mezquino sería hacerle pagar al alcalde la corazonada que no fue¡ ¡Qué cutrez pedir cuentas de lo invertido¡ ¡Qué mala receta para nuestros males colectivos destrozar lo bueno que ha tenido la corazonada que no fue¡ Dejémoslo así, sabiendo que no siempre gana el mejor.
La corazonada se ha ido, pero nos ha dejado la lección, la experiencia, de cómo cuando queremos sabemos hacer las cosas bien, de cómo somos capaces de ilusionarnos de manera colectiva y, en el fondo, lo receptivos que somos a la épica. ¿Se imaginan lo que supondría tener la corazonada de que el paro va a comenzar a bajar y ponernos a trabajar para que así sea? ¿Se imaginan lo que significaría tener la corazonada de que es mucho más lo que nos une que lo que nos separa y ser capaces de ponerlo en valor? Confieso no tener respuesta, porque no me lo imagino; pero si tengo la certeza de que las cosas nos irían mejor, que no nos agarraríamos como a un clavo ardiendo a cualquier evento deportivo para exprimir de él el ánimo, el buen ánimo, que produce el saberse embarcado en una aventura colectiva.
La corazonada se ha esfumado, pero no hay que llorar por la leche derramada. París, por poner un ejemplo, en su momento también quedó excluida y ahí está: gran ciudad europea y mundial y centro importantísimo de poder. No somos menos ni peores por habernos quedado a las puertas de triunfo. Lo único -que no es poco- que hay que lamentar es que esa imagen de unidad, de objetivo compartido se haya esfumado como una ensoñación. Ha pinchado como una pompa de jabón y volvemos a la realidad. Una realidad cansina, preocupante y para muchos excepcionalmente dura, en la que parece avergonzar la coincidencia.
Sin apelar a la demagogia, pero sí a la épica, desear que el pueblo brasileño aproveche bien esta oportunidad, de manera que en 2016 los niños que hoy viven en favelas acudan a los Juegos como lo harían nuestros niños. Vestidos y calzados. Como corazonada no tiene precio.
Charo Zarzalejos