Fernando Jáuregui – Siete días trepidantes – Los diecisiete mil folios


MADRID, 10 (OTR/PRESS)

Como bastantes otros colegas, he pasado las últimas horas, muchas horas, sumergido en los tomos que componen la primera parte del sumario por el «caso Gürtel». Un tocho judicial que algunos nos vemos forzados a leer como si fueran los tres volúmenes de «Millenium». Diecisiete mil folios en total: faltan otros treinta y cuatro mil, que a saber qué contendrán, visto lo sustancioso que está resultando el buceo en el primer tercio de este macrosumario del que sospecho que se seguirá hablando durante bastante tiempo, aunque el interés periodístico se vaya, como es lógico, diluyendo gradualmente.

Diecisiete mil folios que detallan conversaciones grabadas, seguimientos, autorizaciones judiciales para controlar teléfonos, que especifican el («inexplicablemente alto») nivel de vida de los investigados… No hay secretos para quienes escuchan y luego transcriben: las andanzas de Francisco Correa y quienes le rodean quedan sistemáticamente plasmadas en estos folios. Claro que hay militantes y dirigentes del Partido Popular implicados. Muchos de ellos ya no están en sus cargos, y el último caso, el del hasta el próximo martes secretario general del PP valenciano, Ricardo Costa, pronto quedará solventado, pese a que Costa no está imputado en el sumario: pero no hay manera de salvarse de una conversación transcrita negro sobre blanco. Ni hay salvación desde la amistad con Correa y Alvaro Pérez, «el bigotes».

Lo que he leído hasta ahora del sumario evidencia, ante todo, unas relaciones cutres: gente -me refiero a Correa, Pérez y sus adláteres más directos– que sólo piensan en dinero, en lujos, en enriquecerse sorteando las normas que limitan a los demás. Que hablan mal incluso de sus compinches a sus espaldas. Probablemente, la esencia de la corrupción sea esa: pensar que puedes saltarte todos los límites de manera impune, porque eres más listo que los demás.

El sumario aporta algunas novedades sobre lo ya filtrado -las irá usted leyendo en los medios estos días–, aunque lo cierto es que las filtraciones periodísticas han copado, parece, lo más notable. Han servido tales filtraciones de altavoz para amplificar el caso, y quienes -sean quienes sean– fueron dejando caer transcripciones de conversaciones turbias sabían que tal iba a ser el efecto: el espanto causado en la opinión pública por las prácticas de unas gentes que hicieron del culto al dinero, a la trampa, su forma de vida. No hay moral alguna en estas conversaciones espiadas y transcritas. Pero me da la impresión de que tampoco hay ahí una corrupción generalizada de partido, ni una financiación ilegal del PP: hay chorizos actuando en connivencia con funcionarios poco escrupulosos de un partido.

Ha sido, sin duda, una semana agitada la que ahora concluye: un soldado español muerto en Afganistán, con el recrudecimiento de la polémica ciudadana acerca de si debemos, o no, seguir ahí. El polémico premio Nobel de la Paz a Obama -es, nada menos, el premio, lo confesó él en algún momento, que le gustaría tener a Zapatero–. Y tantas otras cosas, que han sido noticias jugosas en estos días informativamente tan agitados. Pero estimo que Gürtel sigue llevándose la palma en cuanto a la pasión que levanta en la ciudadanía, gracias, sobre todo, a las vacilaciones de los máximos responsables del Partido Popular a la hora de actuar para frenar la sangría: quedan muchos folios por aparecer y queda, sobre todo, una vista oral, «el caso Gürtel», que amenaza con ser el juicio del año ¿2012? Año de elecciones generales, como usted sin duda sabe.

Mal año será para el PP si, para entonces, no ha logrado poner orden en todo lo que Gürtel significa. Esperanza Aguirre, expulsando de su grupo parlamentario a quienes aparecen excesivamente en esta «novela» de diecisiete mil folios, hizo lo que debía en Madrid. El apartamiento «cautelar y temporal» (¿) de Ricardo Costa inicia el saneamiento en Valencia, tras no pocos titubeos, vacilaciones y errores de comunicación: no será la suya la única cabeza en rodar en Levante, presumiblemente. Luego, el propio Rajoy tendrá que salir a explicar suficientemente las cosas, apurando hasta las heces el amargo cáliz que le ha deparado el pasado de su partido. Tendrá que hacerlo, más pronto que tarde, si quiere seguir aspirando a sentarse en el sillón titular, y no en el del visitante, en La Moncloa.

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