Francisco Muro de Iscar – ¿Por qué no te callas Cándido?.


MADRID, 20 (OTR/PRESS)

Ni uno es el Rey ni el otro Chávez, pero el mensaje es el mismo. A la pregunta de Don Juan Carlos, ante la avalancha de ataques al sentido común, el político venezolano, más cerca de un dictador que de un demócrata, respondió con insultos, sin reconocer que en algo andaba errado. Lo mismo le ha pasado a Gerardo Díaz Ferrán, presidente de la CEOE, con Cándido Méndez, secretario general casi perpetuo de UGT. En un desayuno, Méndez desgranó uno por uno los gastados tópicos de un sindicalismo que vive económicamente del poder y que representa a una mínima parte de los trabajadores, y volvió a echar la culpa de casi todo no al Gobierno sino a los empresarios. Rechazó reformas y anunció movilizaciones antes de final de año no contra el Gobierno* sino contra los empresarios.

Contra lo que es habitual en estos desayunos Díaz Ferrán no pudo contenerse y tomó el micrófono. «¿Todos nos equivocamos, Cándido: los empresarios, el FMI, la OCDE, el Banco Central Europeo, el gobernador del Banco de España, el comisario europeo Joaquín Almunia, el secretario de la Seguridad Social, Octavio Granados* Todos? El presidente de la patronal podía haber seguido y citar a decenas de economistas, de políticos, de entidades* No era necesario. Méndez tenía la respuesta: «esos organismos se equivocaron al evaluar el origen y la dureza de la crisis, así que, ¿por qué van a acertar esta vez?» Asunto zanjado. Los sindicatos son un poder fáctico que exige a los empresarios -no al Gobierno con el que negocian pública y privadamente-, vive de los contribuyentes y no rinde cuentas. Y ni siquiera se plantean el cambio de un viejo, modelo absolutamente desfasado. Están más preocupados por mantener el nivel de vida de los trabajadores -una actitud digna- que por favorecer la creación de empleo – la única posible salida a la crisis-.

En un reportaje excelente, «El Cultural» ha pedido a cinco intelectuales su diagnóstico y sus propuestas de rearme moral. Debería ser lectura obligatoria para todos. Me quedo con un apunte del filósofo y escritor Rafael Argullol que pide pasar «del temor a la verdad». Fija tres miedos actuales: «el temor de los padres a los hijos; el de los maestros a los discípulos; y el de los políticos elegidos democráticamente a los ciudadanos, convertidos éstos finalmente en meros votantes». Y apunta a la necesidad de «recuperar la audacia intelectual de escritores, artistas y científicos que se atrevan a decir la verdad» y de los medios «a ser críticos y no mera resonancia»* porque la clave para el rearme moral de la sociedad «es la audacia para buscar la verdad». ¿Y los políticos? ¿Se atreverá alguno a decir la verdad a los ciudadanos? Dice en ese mismo reportaje el dramaturgo José Luis Alonso de Santos que «vemos como los personajes engañan para conseguir su fines y como, a veces, ciegos de si mismos, van como los personajes soberbios de las tragedias hacia un final trágico en las tragedias, no en la vida real.

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