MADRID, 23 (OTR/PRESS)
Este aquelarre de moscas se compagina poco con el prestigio y la elegancia del otoño. En sentido estricto, debe haber alguna razón científica para que todo, los bares, el metro, las cocinas, los platós de televisión, las consultas de pediatría, los comercios y hasta las alcobas, esté hasta arriba de moscas pegajosas y cansinas que, entregadas a la compulsión del Carpe Diem, incluso fornican, y hacen tríos, en las paredes, en las lámparas y sobre el hule de las mesas-camilla. A los calvos, nos martirizan agarrándose con todas las patas a la descomunal tonsura. En sentido figurado, está claro que alimentándose las moscas de lo que se alimentan, sintiéndose atraídas por lo que se sienten, no les falta condumio en la podre política y financiera con que nos regalan, servidas por tipos escapados del patio de Monipodio, las autonomías. Frío y moscas. Lluvia y moscas. Paro y moscas. Gripe A y moscas. Vendrán los buñuelos de difuntos y los huesos de San Expedito, y seguirán ahí, fastidiando por no decir otra cosa, las moscas.
A éstas moscas, además, no hay quien las espante. Son contumaces, se crecen ante el manotazo y hasta el «zas» yerra al intentar noquearlas. Nadie, en puridad, consigue éstos días deshacerse de las moscas, y si se abren las ventanas, en vez de salir las de dentro, entran las de fuera. En los despachos de Cajamadrid hay moscas, en el parlamento valenciano hay moscas, y en las oficinas de Atleti hay unas moscas de tal calibre que el refinado Laudrup, que es de un país sin moscas, o con las justas, sale espantado por la certidumbre de que si se queda a dirigir la plantilla de rústicos y corricolaris que le ofrecen Gil y Cerezo, se lo comen las moscas. A los Laudrup del mundo y de la vida no se les pueden pedir heroicidades, pero son los únicos que podrían liberarnos de las moscas.
Hace años que perdimos el otoño, la luz decadente y finísima de la estación más bella. Su lugar lo han ocupado las moscas.