Isaías Lafuente – Control de calidad.


MADRID, 29 (OTR/PRESS)

La Operación Pretoria contra la trama de corrupción destapada en Cataluña tiene al menos dos virtudes. La primera, compartida con todas las anteriores y las que vengan: permitir sacar de la circulación a individuos que, presuntamente, se lo estaban llevando crudo con total impunidad. La segunda virtud, propia: demostrar que la corrupción tiene vocación universal, tanto si miramos el carnet de los presuntos delincuentes como si escrutamos la voluntad de quienes los persiguen. El hecho de que la trama actuase, por lo que sabemos hasta hoy, en Cataluña, y que entre los detenidos haya miembros o ex miembros del PSC y de CIU, no permite incluir esta investigación en la imaginada trama conspirativa que denuncia el PP contra sus filas. Ahora se alabará la tenacidad de los fiscales, la pericia de los policías, la firmeza del juez instructor y la profesionalidad de los periodistas que permitan dar a conocer con sus investigaciones datos sustanciales del sumario, aunque sean los mismos que quienes intervinieron en la desarticulación de la trama Correa.

El presidente Montilla dijo compartir la consternación de ciudadanos y cargos electos ante este nuevo caso de corrupción, cuando la sociedad catalana aún no se había sacudido el impacto de los chanchullos del honorable Millet en el Orfeó. También remarcó que no todos los políticos son iguales, para trazar la línea que separa a la inmensa mayoría de este puñado que deshonra la profesión y la democracia. Y tiene razón. El problema es la percepción que tiene la ciudadanía de que el número de los «distintos» crece y se distribuye sobre el territorio como una mancha de aceite.

El pesimista pensará que hay más corrupción hoy que ayer; el optimista sostendrá que lo que mejora es la eficacia del estado de derecho en la lucha contra el fenómeno. Apuntémonos a la segunda teoría y confiemos en que en el futuro todos los partidos políticos mejoren su selección de personal para evitar que determinados individuos lleguen a ocupar un puesto en una lista electoral, en donde todos los políticos parecen iguales.

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