Fernando Jáuregui – ¿Qué debe decir Mariano RaJob el martes?


MADRID, 30 (OTR/PRESS)

Si es que no paran. Estos graciosos del PP andaban ya llamándole Mariano RaJob (menudo ingenio) a la hora exacta de haberse hecho célebre la frase del presidente «popular» clamando que «sólo hay un santo Job». O sea, que se le ha agotado la paciencia. Y no me extraña, la verdad. A la lucha por el poder en Madrid, que es una lucha sucesoria con Caja Madrid interpuesta, hay que sumar, en el mismo día, la irrupción de Aznar proclamando la necesidad de «un solo líder» -y nadie duda a quién se refiere el antecesor de Mariano Rajoy-, la algo extemporánea manifestación del presidente castellano-leonés diciendo algo así como «o esto se arregla o yo me voy», el desplante torero de Ricardo Costa en Valencia.

Y la cosa no se agota ahí: hay corrillos en el grupo parlamentario del Congreso, agitación en la sede de Génova, malestar por el pasado en Baleares. Ni Job, y desde luego tampoco RaJob, podría aguantar mucho más sin dar un sonoro puñetazo sobre la mesa. Pero, claro, una cosa es el puñetazo, mero desahogo, y otra las decisiones que deben acompañarlo.

Y en estos momentos los cenáculos y mentideros conectados con el PP, que son muchos y variopintos, se preguntan cuáles serán, cuáles deben ser, esas decisiones que, se supone, hará públicas Mariano RaJob, ya transformado en Mariano Rajoy, el próximo martes, tras encontrarse con los miembros de la dirección que tengan a bien, o se atrevan a acudir a la «cumbre» de la ejecutiva «popular».

Tengo a Rajoy por persona honrada, que maneja los tiempos mucho mejor de lo que le demandan los medios de comunicación, empeñados, en tantos casos, en minimizarlo, en ningunearlo, en presentarlo como un tipo mucho más insignificante de lo que en realidad es. Hace tiempo que sostengo que Rajoy será el candidato frente al candidato socialista (Zapatero ¿o no?) en las elecciones de 2012. Y que incluso podría ganarlas (si no las gana, desde luego, será su final político, aunque buena parte de la culpa la tendrá esa jaula de grillos que es el partido).

En el PP no hay alternativas, que yo vea, a Rajoy: ¿Gallardón, como quisieran Aznar y Fraga? El alcalde de Madrid, imbatible en «su» ciudad entre otras cosas porque los socialistas son incapaces de encontrarle un rival, se ha dejado muchas plumas en su aventura olímpica, en su faraonismo, en su despilfarro, en sus traiciones y conspiraciones; no le quieren en su partido. ¿Esperanza Aguirre? Es, sin duda, una figura atractiva, pero también se ha provocado a sí misma demasiadas heridas en sus batallas internas. ¿Rato? A mí me da que, al margen de que lo puedan o no sentar en el rentable sillón de Caja Madrid, ni está ni se le espera para otras cosas; y, en 2012, tendrá 63 años, que es edad estupenda para estar en política en cualquier país menos en España. ¿Núñez Feijoo? Me parece que es del todo leal a Rajoy, está alejado allá en el noroeste, donde primero tendrá que asentarse antes de pensar en saltos a Madrid. ¿Javier Arenas? Pues va a ser que no. ¿Camps? Demasiado tarde. Etcétera.

Así que el PP, si quiere tener una opción de gobernar España allá por 2012, haría mejor, a mi entender, en dejarse de apuñalamientos por la espalda con forma de abrazo, en desoir los cantos de sirena de algún periodista de esos que quieren ordenar el mundo a su antojo y en condenar a algún importante ex que se pasa el día susurrando sus vendettas. Ya sé que Rajoy carece de carisma -tampoco lo tenía Aznar, reconozcámoslo–, que es incapaz de un gesto de cariño hacia quienes se la juegan por él, que es tan difícil que remonte en las encuestas como que el David de Miguel Angel se eche a volar. Eso lo sabe todo el mundo. Y que el líder del PP tiene cierta tendencia a -digámoslo así_ la paz del sofá.

Pero a mí me parece que Mariano Rajoy tiene el suficiente sentido común como para romper esa tendencia. Lo hizo en el congreso del PP en Valencia, el año pasado, cuando, náufrago en la isla desierta, lo cercaban los tiburones propios, ajenos y mediáticos. Lo hizo deshaciéndose, al fin, del muy cuestionable tesorero Luis Bárcenas. Y lo tiene que hacer ahora, soltando lastre y rompiendo amarras con el pasado. Lo que me da la impresión que le reclaman a Rajoy los diez millones y pico de votantes del PP es que tenga un comportamiento moderno, que les garantice que hay una opción más allá del zapaterismo.

Y ha de mostrar Rajoy que el PP es una opción sólida, sin rencillas internas. No sé si se debe o no sancionar con dureza al «bocazas» lugarteniente de Gallardón Manuel Cobo –¿merecía una figura tan secundaria los honores de una portada de importante periódico nacional?–. No soy sino un mero periodista, y no soy quien para dar consejos ni emitir dictámenes. Pero sí estoy seguro de que el puñetazo que se dé en la mesa de la calle Génova se debe escuchar con nitidez en la Puerta del Sol, sede de la Comunidad madrileña y, desde luego, en la plaza de la Cibeles, donde el alcalde capitalino ha instalado su enorme despacho.

Cada circunstancia tiene, como cada día, su afán. Y su talante. Me parece que a Rajoy no le conviene seguir siendo, nunca más, RaJob. Ni parecerse al abuelito Cebolleta, reñidor de todo y de todos apoyado en su integridad indiscutible. Rajoy es independiente de todos los poderes y de todas las presiones. Por eso mismo se puede mostrar cooperante con el poder monclovita cuando convenga e intratable en su oposición cuando sea menester. A mí me parece que es con esas tablas de la ley bajo el brazo con las que debe salir de su encuentro la semana próxima con los dirigentes de su partido, no todos tan levantiscos como desde algunos sectores se quiere hacer creer. Job, al fin y al cabo, salió triunfante de cuantas pruebas quiso enviarle el Señor. Y, por cierto, tuvo una larga vida.

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