MADRID, 31 (OTR/PRESS)
El Partido Popular se ha desbordado. Entre unos y otros han logrado que el pacífico Mariano Rajoy haya llegado, o esté a punto de llegar, al límite de su capacidad de aguantar con paciencia y prudencia los avatares a los que le someten los suyos propios. Los mismos, en gran medida, que tenían preparado el batallón de fusilamiento por si perdía las elecciones gallegas o las europeas. Ganó en ambas contiendas y los rifles se guardaron, pero el batallón ha permanecido intacto y ahora, de nuevo, ha aflorado con toda virulencia. La política suele tener imprevistos y, sin duda, el imprevisto de las durísimas declaraciones de Manuel Cobo ha sido, en definitiva, el detonante para el desbordamiento. Si a esto se añade el pulso que con suavidad en las formas pero con extraordinaria y audaz constancia ha lanzado desde Valencia Ricardo Costa, creyéndose todavía secretario general del partido cuando, al parecer, ya no lo era, no es de extrañar que Mariano Rajoy se haya acordado del santo Job.
Sólo su prudencia ha impedido que tal y cómo le pedían algunos, formara una gestora tanto para Madrid cómo para Valencia. «Sería doloroso, arriesgado, traumático, pero definitivo porque esto no hay quien lo aguante, ni se puede permitir». Quienes así hablan creen que Cobo «se pasó y mucho», creen que a Camps «ya le vale de tanta sonrisa» y a Esperanza Aguirre de «tanta batallita en la que le meten y que siempre pierde».
El PP ha sufrido en estos días un auténtico desbordamiento hasta el punto de cuestionar en público el liderazgo de Mariano Rajoy, cómo ha hecho Juan Costa, humanamente dolido por la suerte de su hermano, cuando él hubiera podido competir en buena lid con el hoy presidente del PP. El malestar de Juan Costa es muy comprensible. Ricardo Costa ha sido la única víctima del ya largo episodio valenciano y es obvio que él no es el único responsable. ¿O es que Camps no se enteraba de nada? ¡Que poco serio¡ ¡Que poca gallardía¡ ¡Cuánta deslealtad revestida de fracaso circula estos días por el PP¡
Si faltaba algo, habló José María Aznar, a quien hay que reconocerle que supo imponer su autoridad en el Partido; pero es sólo una hipótesis pensar que con él nada de esto hubiera ocurrido. Ocurrió, por ejemplo, y nada más y nada menos, que por satisfacer a Pujol hizo desparecer del mapa catalán a Vidal Quadras. No obstante, Aznar tiene razón: un partido y un líder; pero los tiempos cambian, las realidades se modifican y siempre resulta más fácil ver los toros desde la barrera.
El martes el PP, y no sólo Rajoy, tiene una oportunidad de oro. Es en la reunión convocada en donde debe producirse el desbordamiento. Es allí en donde Rajoy debe oír en directo a los que dudan de su liderazgo, cómo bien hacen constar en privado. Y es allí en donde Rajoy debe demostrar y dejar blanco sobre negro que él no es Job, sino el presidente de un partido que representa a diez millones de ciudadanos, que contemplan con estupor el desmadre organizado por quienes, por encima de cualquier otra consideración, deberían cuidar de manera especial por la unidad y buena imagen del único partido llamado a ser alternativa.
Cuando aún se esté haciendo balance de la reunión del martes, Manuel Cobo comparecerá ante la Comisión de Garantías del partido. Si en una entrevista ha dicho lo que ha dicho, dispuesto está a decir mucho más, sobre todo porque tan dispuesto está a admitir que fueron inoportunas cómo que en ningún caso mintió. Queda mucho por ver, leer, escribir y suponer. ¿Alguien ha supuesto que Rajoy se harte de verdad y se vaya?