Fernando Jáuregui – Pero ¿qué política exterior tenemos?


MADRID, 5 (OTR/PRESS)

Se ha puesto de moda, entre un sector de la opinión pública española, criticar la política exterior puesta en marcha por el jefe de la diplomacia, Miguel Angel Moratinos. Cuando empiezan a intensificarse los contactos y los esfuerzos de cara a la ya inminente presidencia española de la Unión Europea, tengo que reiterar mi discrepancia con esta visión pesimista. Y eso, aunque se multipliquen las malas noticias, como el desafío intolerable de los piratas en Somalia a la seguridad de nuestros pesqueros.

El problema reside, nuevamente, en la coordinación. O, mejor, en la falta de la misma entre los distintos interesados en el diseño de una política exterior coherente. La presidencia de la UE se está diseñando entre el presidente y sus servicios (desde la Secretaría General, ocupada por el diplomático Bernardino León, hasta el antecesor de este, el también diplomático Nicolás Martínez Fresno, que se ocupa de calendarios e infraestructuras), la vicepresidencia primera y Exteriores, incluyendo las correspondientes secretarías de Estado (para Europa y para Iberoamérica). Son, en total, centenares de personas, en varios ministerios, las que diseñan, en complicado encaje de bolillos, ese semestre «estelar» de España en Europa.

Se trata, para colmo, de un semestre especialmente importante e interesante, en el que presumiblemente culminarán las negociaciones para «elegir» -más bien designar- al presidente del Consejo de Europa, bautizado popularmente como el «presidente europeo». Un proceso, el de estas negociaciones, por cierto bien poco transparente, por lo que la presidencia española tendrá que incrementar la sensación de permeabilidad a las opiniones públicas europeas, a las que apenas se consulta mediante un referéndum que en todos los casos resultó poco esclarecedor.

Siempre he dicho que, en medio de este marasmo, Moratinos hace un buen papel. El de un técnico, diplomático de carrera y reconocido como tal por sus colegas de todo el mundo. Porque, en realidad, el verdadero ministro de Exteriores en cada país es el jefe del Gobierno, y Zapatero, en España, no es una excepción, como no la fueron ni Suárez, ni Calvo-Sotelo, ni Felipe González, ni Aznar, cada cual con sus características propias. Lo que ocurre es que, en el caso -que tampoco es el único- del actual presidente, llegaba al cargo con un bagaje internacional más bien pobre, y cuesta tiempo y trabajo, en palabras ya célebres de un embajador español, «pasar de Soria a Siria».

Lo cierto es que hoy Zapatero parece haber aprendido a lidiar con el complejo Miura internacional. Las relaciones con Estados Unidos van viento en popa, no parece haber conflictos con los vecinos, la presidencia europea le va a permitir codearse con todos los mandatarios del mundo -hay reuniones bilaterales de singular importancia con América Latina, a donde este fin de semana viaja María Teresa Fernández de la Vega_ y, en general, pese a la ausencia de idiomas y a ser relativamente un recién llegado a estos asuntos, ZP parece sentirse bastante cómodo ya instalado en el sanedrín mundial.

Lástima que ocasionalmente surjan episodios, de indiscutible gravedad, como los desafíos de los piratas instalados en un país inexistente en la práctica, como Somalia, poniendo a prueba la sintonía entre los diplomáticos, los militares y los funcionarios españoles a la hora de elaborar un plan de rescate. Todo un Estado como España, dicho sea de paso, en solfa por la equivocada decisión, traer a dos secuestradores para ser juzgados en Madrid, de un magistrado «estrella», ansioso de mojar en todas las salsas.

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