Charo Zarzalejos – Los piratas.


MADRID, 6 (OTR/PRESS)

Desde el primer día ha habido una especie de pacto tácito según el cual había que dar al Gobierno el máximo margen de maniobra para conseguir el objetivo inmediato y prioritario que no es otro que la liberación de los marineros secuestrados por los piratas somalíes. El pacto incluía, incluso, el no hacer preguntas, el no averiguar qué y cómo se estaban haciendo las cosas para evitar que por parte de nadie se pudiera producir desliz alguno que pudiera ser utilizado por los secuestradores.

Han pasado más de treinta días de secuestro y la situación alcanzó durante la jornada de ayer una gravedad extrema. El hecho de que secuestros anteriores hayan durado hasta cuatro meses no es un argumento que tranquilice a nadie, ni tampoco vale el argumento, en momento de angustias, el alegar que son muchos los pesqueros asaltados por los piratas. Todo ello es verdad y verdad es que el riesgo cero no existe y cierto es también que los procesos de negociación nunca son ni fáciles ni breves.

Pero hay que insistir en que ayer se llegó a un punto de máxima gravedad y el momento es grave porque los secuestradores no piden más dinero sino que el Gobierno español ponga en libertad a los dos piratas encarcelados en España que, curiosamente, fueron detenidos cuando ellos mismos abandonaban el pesquero secuestrado. La gravedad de la situación fue percibida de inmediato por el Gobierno. La ministra de Defensa se enteraba de la noticia en un plató de televisión y fue la vicepresidenta Fernández de la Vega la encargada de parar el primer golpe, consciente, además, de que los familiares ya habían comenzado, como es lógico, su angustiado peregrinaje por los medios de comunicación para hacer llegar la situación de los secuestrados. La versión de los familiares no coincide con la del Gobierno en cuanto al bienestar de los mismos y, sobre todo, hay una denuncia generalizada de falta de información.

Hay que pensar que el Gobierno, efectivamente, está haciendo lo posible y lo imposible por la liberación de los secuestrados. El asunto es una bomba de relojería para el Ejecutivo al que nuevamente hay que darle margen de maniobra pero también pedir, cara al futuro, una estrategia distinta a la llevada a cabo hasta el momento.

Está visto que la presencia de una fragata no ha impedido ni disparos ni que tres marineros fueran llevados a tierra a un lugar que el Gobierno dice saber cual es y está visto también que el lenguaje diplomático tiene sus límites. Nada más deseable que fuera la diplomacia el único arma para solucionar conflictos, pero ante determinadas realidades no cabe engañarse y no hay que descartar la adopción de medidas, sin duda antipáticas y arriesgadas, pero al final más efectivas. ¿Es muy difícil llegar a un acuerdo con Francia, que tiene en zonas próximas nada menos que a tres mil militares, pedir ayuda efectiva? Si la cooperación en materia de terrorismo funciona, ¿por qué no en momentos tan cruciales como el actual?

Obama, próximo Nóbel de la Paz, no dudó en salvar a los suyos y para ello empleó la fuerza. Francia se ocupó de negociar para garantizar la vida de sus ciudadanos, pero a continuación actuó con la contundencia propia de un Estado democrático. Nuestro Gobierno, que forma parte de la infraestructura europea creada ad hoc, no quiere tomar medidas por su cuenta como hacen otros países y aún siendo verdad que el riesgo cero no existe, que estamos hablando de magnitudes marítimas extraordinarias, los piratas somalíes saben por la experiencia del Playa de Bakio que negociar con España no es especialmente difícil. Ahora han sido ellos, los piratas, quienes lo han puesto más difícil y el Gobierno se encuentra en una situación diabólica, porque, para que engañarnos, algo de diabólico ha habido primero en la detención de los piratas, luego en su identificación y ahora en ver que se hace con ellos. Además de todo esto, el Gobierno tiene que gestionar un estado de ánimo de parte de la opinión pública que no acierta a comprender algunas actitudes.

Sólo cabe esperar que lo que está ocurriendo sirva para sacar conclusiones ciertas, ajustadas a la realidad y que sin temores ni complejos se lance desde el Ejecutivo a los piratas somalíes un mensaje que les provoque una pizca de miedo. A Francia y Estados Unidos por lo menos les han cogido respeto y nosotros no tenemos por qué ser menos.

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