Charo Zarzalejos – Cuestión de edad


MADRID, 14 (OTR/PRESS)

«Las cosas han cambiado tanto que eso del «ojo clínico», que antes daba prestigio a un médico, ahora es casi irrelevante. Las máquinas nos dan los diagnósticos con precisión pasmosa». Esto me lo comentaba hace unas semanas un médico, de muy reconocido prestigio en su especialidad, que habiendo superado los setenta años todavía pasa consulta, porque se resiste «a echar la persiana. Sería tanto como echar la persiana a la vida y eso sí que no».

Este buen amigo no sabe manejar la máquina de la resonancia magnética, ni los scanners. Con sus ecografías y su sabiduría desafía a la inteligencia de técnicas más sofisticadas, a las que naturalmente acude cuando la situación lo requiere. Es un admirador de los avances técnicos y ahí está, aconsejando qué prueba realizar, aceptando de antemano que «de máquinas no entiendo, pero los técnicos hoy son todos jóvenes y estupendos. Han nacido con los dedos en los botones y ellos son los que me dicen, en caso de duda, lo que le ocurre al paciente. Pero antes hay que verle, estar con él, valorar su situación, hacerle el seguimiento adecuado y a eso me dedico, a pensar, que es lo que hay que hacer en cada caso».

Esta conversación con mi amigo médico se hubiera quedado quieta en mi memoria, si en estos últimos días no se hubiera producido una cierta polémica por el nombramiento de Alberto Oliart como director general de RTVE. Repasando con cierto detenimiento todo lo dicho, resulta que el gran argumento en contra de esta designación es que Oliart tiene 81 años. La sorpresa se ha revestido hablando de EREs y de jubilaciones anticipadas. Y digo que se ha revestido porque en realidad lo que se ha querido decir es que Oliart es «muy viejo» para hacerse cargo de RTVE, cuando lo que se lleva, lo que se impulsa, es la juventud, como si el vigor de las piernas o la fortaleza de los huesos garantizara el éxito de la gestión encomendada.

81 años son, efectivamente, muchos años, pero Oliart no tiene que cargar con máquinas, ni ponerlas en funcionamiento. Oliart, como mi amigo el médico, tendrá que acudir a los técnicos jóvenes y bien preparados para esos maravillosos vericuetos que nos trae el progreso, cuando la situación lo requiera. Pero si la juventud no es más que un ratito en la vida, habrá que aceptar que las máquinas no piensan, ni ponen la prudencia necesaria en los momentos delicados, ni propagan audacia a la hora de tomar decisiones y es ahí en donde mi amigo el médico encuentra tarea. Es esa la tarea que le espera a Oliart. Lo suyo será escuchar, valorar situaciones, cohesionar equipos. Esto lo ha hecho y muy bien Luis Fernández, con treinta años menos que su sucesor. ¿Dónde está escrito que con 81 años, e incluso con más, no se pueden tomar decisiones acertadas?

Nuestra vida pública está llena de «adolescentes», algunos bien preparados/as, pero estamos carentes, muy carentes, de unas ciertas dosis de sabiduría, de ese humanismo que da una buena formación y una larga experiencia; de la serenidad necesaria para enjuiciar las situaciones con ponderación. Por ello me alegro, por ejemplo, que el ministro de Educación -maduro y muy bien formado- haya aconsejado a los niños que en Navidad escriban cartas y peguen el sobre con la lengua y la echen al buzón. Me alegro que haya irrumpido en la vida pública un hombre de 81. La juventud es bella (¿) por definición; luego vino lo de la arruga -en la ropa, no en la cara- también es bella y ahora, al menos yo, me apunto a la belleza de la vejez. Estoy a muchos años de distancia de Alberto Oliart, al que habrá que juzgarle por sus decisiones, no por su edad, a la que yo misma, y supongo que ustedes, desean llegar sin que nos llamen viejos.

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