Isaías Lafuente – Reprobémonos todos.


MADRID, 19 (OTR/PRESS)

Gaspar Llamazares ni ha gobernado ni gobernará. Cuando deje su escaño en el Congreso es improbable que se embarque en un atunero o que dirija un medio de comunicación. Quizás esas circunstancias, unidas a su criterio político, son las que le permiten analizar la crisis del Alakrana con la distancia conveniente para reclamar responsabilidades a todos los actores, comenzando por el Gobierno, pero sin olvidar las que atañen a la oposición, a los empresarios de los buques pesqueros o a los medios de comunicación. Porque aunque se presuponga buena voluntad a todos, es evidente que cada cual ha transitado estos días por un fino alambre que nos llevaría a entonar un reprobémonos todos.

Para hacerlo hay que revisar las reglas del juego que manejamos y establecer las que nos permitan actuar en el futuro, teniendo en cuenta que una situación como un secuestro siempre nos enfrentará a todas las contradicciones posibles entre lo que se debe y lo que se tiene que hacer, y nos hará circular – ayer, hoy y siempre – por más de un territorio turbio. Quienes creen que la detención de los dos piratas procesados en España agravó la situación del secuestro tienen que verbalizar si lo conveniente hubiera sido dejarlos huir desistiendo de la obligación que tiene un Estado de detener al delincuente sorprendido en flagrante delito. Y quienes defienden la acción deberían explicar por qué la eficacia de aquella detención no se pudo repetir con los piratas cuando abandonaron el barco con el botín. No son fáciles las respuestas. Tampoco las que se deducen de las preguntas sobre la conveniencia de pagar un rescate a unos delincuentes que aprovecharán el botín para cometer nuevas fechorías, o sobre la pertinencia de que la diplomacia de un estado democrático ampare o allane el camino para que la transacción se produzca. Estas cuestiones no nos enfrentan a una disyuntiva entre el bien y el mal, sino a la de saber cuál es el menor de entre dos males.

La teórica sobre la ortodoxia todos la conocemos y no necesitamos pregoneros. Lo ideal hubiera sido liberar el barco y a sus tripulantes deteniendo a los piratas y llevándolos ante un juez sin que hubieran recibido un solo euro. Lo que desconocemos es a quién estarían reprobando los que ahora reprueban si en el proceso se hubiera producido alguna víctima entre los pescadores españoles.

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