MADRID, 20 (OTR/PRESS)
Antes o después tenía que pasar y ya ha pasado; tal vez aun nos queda por ver la guinda final que sería la agresión física, poco probable pero que no descarto del todo. Me refiero al espectáculo que ofrecieron dos compañeros en el programa «La noria» de Telecinco. El espectáculo fue bochornoso para todos y hasta hubiera sido doloroso para quienes compartimos esta profesión si la mayoría no estuviéramos ya curados de espanto. Pero ahí está el espectador, el ciudadano que teóricamente asiste a un debate para escuchar opiniones, interpretaciones de la realidad, la explicación que cada debatiente puede tener sobre unos hechos. Pues no. Eso tal vez era antes, Hoy muy pocas tertulias y casi ningún debate televisivo -y hasta radiofónico- se libran de la necesidad de ofrecer ese ingrediente al parecer indispensable que es el espectáculo. Es malo generalizar, pero lo cierto es que es así y hay que buscar con lupa en la amplia oferta de las cadenas algún debate político donde los invitados hablen y escuchen, no se griten ni se interrumpan y, naturalmente, no se insulten.
La pregunta que me hago es si merece la pena -como espectador- asistir a estos combate dialécticos. Si las televisiones los programan es porque dan audiencia y muy probablemente la próxima «Noria» será vista por mucha más gente que la anterior. Debe ser la condición humana, ese punto morboso que todos llevamos puesto y que nos hace desear incluso lo que luego sabemos que nos resulta indigesto y lamentable. No hay mejor llamada de atención que advertir que las imágenes que se avecinan pueden herir la sensibilidad de algún espectador.
Miserables, machista repugnante, cabrón e imbécil. Esas fueron algunas de las lindezas del otro día entre Miguel Angel Rodríguez y Maria Antonia Iglesias (para ser justos, MAR concluyó llamado imbécil a Maria Antonia después de que esta le dedicara el resto de los calificativos) momento en el que el presentador del programa dio por finalizado el debate. Leo las reacciones de muchos televidentes en los foros de Internet y me quedo con una: «qué espectáculo, tuve que tomarme un trankimacín para dormir». Yo también.
¿Hasta dónde vamos a llegar? Pues hasta donde las televisiones quieran. Ya sé que lo políticamente correcto es defender la libertad de expresión y la pluralidad, pero no estoy dispuesto a callar que reniego del insulto como tampoco estoy dispuesto a no exponer por qué, creo yo, pasan estas cosas. En esta país nuestro se ha llegado a unos extremos pintorescos: a los periodistas los dividen las empresas televisivas en dos bandos: los el PSOE y los del PP y así «equilibran» las mesas de debate.
Dentro de los dos grupos los hay más o menos exaltados y depende de la tertulia o el debate que se quiera hacer, invitas a unos o a otros. Estoy tan lejos ideológicamente de Maria Antonia como de Rodríguez y no me refiero directamente a ellos cuando hablo de «exaltados» aunque la vehemencia de los dos está largamente demostrada. Pero cómo puede sorprendernos que se pongan a bajar de un burro cuando en sede parlamentaria una ministra reta a un diputado a que «eso me los diga usted en la calle». ¿Qué estamos haciendo y a dónde nos lleva este camino? ¿Justifica la audiencia cualquier cosa? Es curioso, pero a esa ultima pregunta -tan vieja como la propia tele- todos los responsables de las cadenas te contestan muy dignos con un «no» rotundo. El problema es que ya no les creemos.