Rosa Villacastín – El Abanico – El divorcio de los Duques de Lugo.


MADRID, 26 (OTR/PRESS)

Cuando los duques de Lugo anunciaron el cese de su convivencia hace dos años sabían que era una decisión que no tenía vuelta atrás. La vida en común se había hecho irrespirable después del ictus sufrido por Don Jaime. Una enfermedad felizmente superada pese a las secuelas que aún le quedan, como por ejemplo, que de vez en cuando sufra desvanecimientos que le hacen perder el conocimiento allí donde se encuentra, la última vez en el conocido restaurante; su sensibilidad extrema, sus ansias por recuperar su vida laboral y social lo antes posible. Lo normal tratándose como se trata de un hombre joven.

Esto y que los gustos de la pareja eran diametralmente opuestos, hizo que la separación se fuera contemplando, al menos por parte de Doña Elena, como algo inevitable. Una decisión que sin embargo fue postergando debido primero a su obligada estancia en Nueva York, y después a la oposición de los Reyes, a su estatus dentro de la Casa Real, y a que nunca es fácil poner fin a un matrimonio cuando hay hijos de por medio, ya que son los que más sufren este tipo de situaciones. Pese a todo, el duque de Lugo pensó que las diferencias se solventarían y que las aguas volverían tarde o temprano a su cauce. Algo que quienes les conocen sabían que no ocurriría ya que una vez que la Infanta había recuperado su estabilidad y su independencia, no estaba dispuesta a renunciar a ellas.

Fue el tiempo el que obligó al duque a darse de bruces con la dura realidad: Doña Elena no estaba por la labor de reiniciar una relación que si bien en un principio le hizo muy feliz, después se convirtió en una pesada carga para ella, debido no sólo a la enfermedad de su marido sino a que son dos personas que apenas tienen gustos en común. Mientras que a ella le gusta acostarse pronto y levantarse temprano, a él la noche le encanta. Mientras que a la Infanta le gusta el deporte y rodearse de sus amigos de siempre, al duque le apasiona conocer gente nueva, comer o cenar con intelectuales, gente de la movida y periodistas, entre los que tiene una amplia gama de amistades.

Así las cosas, lo lógico es que siendo como son dos personas jóvenes optaran algún día por el divorcio, que pronto obtendrán, gracias al buen hacer de los abogados Jesús Sánchez Lombás y Cristina Peña, y a que ninguno de los dos quería prolongar una situación que les resultaba ya incómoda, más a él que a la Infanta, porque ella es la que tiene la custodia de los hijos y la que vive con ellos.

Mucho se ha escrito sobre los términos del convenio regulador, sobre las supuestas exigencias del duque para poner fin a su matrimonio, cuando lo cierto es que como la mayoría de los matrimonios por lo que ambos han luchado ha sido por la estabilidad de sus dos hijos, y no por el titulo que el Rey Juan Carlos concedió a su hija con motivo de su matrimonio y que no podrá usar ya nunca más don Jaime de Marichalar.

Así las cosas, el siguiente paso parece que va a ser, tratándose de dos personas profundamente católicas, el de la nulidad. Pero ese es otro cantar.

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