Andrés Aberasturi – Montilla.


MADRID, 30 (OTR/PRESS)

Cuando se llega a presidente del Gobierno catalán con el apoyo y la colaboración necesaria de un partido como Esquerra Republicana, resulta complicado referirse sin una cierta falta de pudor a presuntas ofensas a la dignidad de Cataluña. No voy a citar ni una sola de las gratuitas ofensas con las que los capitostes de ERC han sembrado el camino del entendimiento. No voy a hablar de Extremadura o de la aspiración de Madrid a los JJOO. Y no lo voy a hacer porque mi dignidad está muy por encima de estos manipuladores de la sensibilidad social. Pero que le quede claro a Montilla que si alguien ha ofendido aquí, ha sido el estrafalario Carod y su extraña comitiva. Y ya que hablamos de ofensas, conviene recordar al señor Montilla que el Ayuntamiento de Barcelona ha olvidado incluir el español en su políglota felicitación de Navidad. Un lapsus sin duda.

Pero estos conceptos éticos, siempre polémicos, sobre la dignidad, no pueden servir para escamotear la verdad ni para falsear la realidad rotunda de los hechos. Y es que el discurso del presidente Montilla en Madrid tuvo de todo un poco: siguiendo el ejemplo de Cicerón, quiso dejar tan claro que sus palabras no eran una presión añadida al Tribunal Constitucional que, efectivamente, los allí presentes salieron convencidos del todo lo contrario.

Y dijo más Montilla; se preguntó, por ejemplo: «¿Nos están diciendo que los catalanes no cabemos en la Constitución, donde sí caben el resto de los españoles?». Pues no, señor presidente; lo que dudan el Defensor del Pueblo, el PP y los gobiernos de Aragón y Baleares es si caben algunos o todos los artículos del Estatut en esa Constitución en la que caben -porque están- todos los catalanes. Una cosa es el Estatut y otra los catalanes; una cosa son unos artículos de una ley o la ley misma y otra muy distinta las personas

En otro momento Montilla hizo una afirmación complicada: «el Estatut es constitucional; es ley y la ley se debe aplicar». Y no. El Estatut es una Ley recurrida al Constitucional y por tanto sujeta a posibles cambios. El problema es que esa Ley se ha puesto en marcha, se está aplicando y desarrollando al margen de la resolución del alto Tribunal, lo cual no deja de ser una temeridad y puede complicar todo hasta extremos insospechados si el fallo invalida algunos aspectos.

Y terminamos ya con una de esas frases que gustan tanto a los políticos: «No escuchar lo que dice Cataluña es grave; no entender lo que dice, peor». Yo creo que debe ser al contrario: lo peor es no escuchar; al fin y al cabo, en muchas ocasiones, no logramos entender lo que se nos dice pese a prestar toda la atención del mundo. El problema tal vez sea referirse siempre a Cataluña como un todo, un todo que, además, esta absolutamente preocupado con lo que preocupa a su clase política. Con estas continuas alusiones a Cataluña, me viene a la memoria la respuesta que alguien (no recuerdo quién) dio a una pregunta absurda: -¿Y cómo son los franceses? -Pues no lo sé, no les conozco a todos.

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