MADRID, 2 (OTR/PRESS)
El mismo día en el que hemos sabido que otros sesenta mil trabajadores se han quedado sin empleo hemos escuchado a la vicepresidenta Salgado proclamando la penúltima profecía: saldremos de la recesión… el año que viene. Gran consuelo, sin duda, para los cuatro millones de parados quienes, como el resto de los ciudadanos, empezamos a estar hartos de tantos y tantos pronósticos que el día a día va desautorizando. Pronósticos que auguran una recuperación que no llega y que, para más inri, van unidos a los frívolos desmontes estadísticos en los que suele embarcarse el ministro Corbacho -¡qué ironía cobrar un sueldo con cargo a una cartera que proclama «Trabajo» en un país con una cifra de desempleo que roza el 20 por ciento¡
Hablo de frivolidad porque frívolo me parece comentar el drama que supone el paro -una familia angustiada, unos planes personales rotos, un futuro incierto-, comentarlo, digo, con la lengua de madera de quienes lo ven como un problema estadístico. De ahí procede esa terminología gélida que reduce la angustia del parado y de sus familiares a conceptos como «estacionalidad», «desaceleración», «fase final del ajuste económico», «crecimiento negativo», etc, etc.
Del paro, la mayoría de los políticos sólo tienen noticia por cuitas ajenas. Ni siquiera los que están en la oposición saben en carne propia lo que significa. Nunca han pasado por ello. No han sufrido la frustración, la amargura, la depresión, la impotencia, la injusta sensación de inutilidad que acongoja a quien se queda sin un trabajo que hasta la víspera era una parte importante de su vida. Rodríguez Zapatero ha vivido toda la vida de la política; lo mismo que Corbacho. No pueden comprender el drama que supone estar en el paro. Por eso recurren al lenguaje de madera y a las profecías que la realidad transforma en continuas apuestas fallidas.