MADRID, 4 (OTR/PRESS)
La mayoría de los titulares de prensa coinciden en que han sido los internautas, las llamadas redes sociales, los responsables del frenazo y la marcha atrás que ha anunciado el presidente del Gobierno en relación con el increíble proyecto de la ministra de Cultura que pretendía cerrar páginas webs por decisión única de una extraña comisión. Y es cierto. Pero no podemos conformarnos con que, a última hora y casi sobre la marcha, se pare y se desautorice (aunque traten de disimularlo) ese disparate en proyecto; lo peor de todo esto es que se llegue a plantear una cosa así en un estado de derecho.
Es lógico que a un gobierno le asuste el ruido de la red, las manifestaciones convocadas y el malestar general, pero lo terrible es que nos coloquen a todos en esa frontera sin que nadie, desde dentro, avise de que se está a punto de vulnerar algo tan fundamental como la seguridad jurídica para la libertad de expresión. ¿Cómo que una comisión nombrada al afecto, decidirá si cerrar o no una pagina web? ¿Qué mente privilegiada ha redescubierto, sencillamente, la censura y cómo es posible que nadie en su entorno lo haya advertido?
Este no es un problema de González Sinde, al menos no es sólo suyo. Lo que viene pasando en España desde hace mucho tiempo es que los partidos y los gobiernos se creen por encima de Ley y una y otra vez se saltan la frontera como quieren. El problema es que las máximas representaciones del poder judicial están llenas de ilustres personalidades que llegan allí con su nombre, su apellido y la sigla que les ha colocado y así es imposible creer en su independencia. Y más imposible si a lo largo de los años han ido dejando por el camino tantas muestras de su comunión ideológica con los partidos.
Que un Gobierno democrático tenga que salir al paso a última hora del proyecto de uno de sus miembros, no resulta muy tranquilizador porque todo el mundo conocía ese proyecto y el dislate que representaba contra la libertad de expresión. Sólo el ruido de la red que ya era clamor, ha hecho dar marcha atrás sin que aun sepamos cómo se va a resolver el problema.
Otra historia es que la ministra de Cultura barra para casa y para los suyos, no para los de su partido sino para los de su profesión. Eso lo podemos discutir otro día, pero lo que hoy nos ocupa y nos preocupa es el sentimiento de desprecio a Ley que se ha apoderado de esta partitocracia nuestra. Es que no se trata sólo de una anécdota o de una metedura de pata de González Sinde; es que esta anécdota es el reflejo de una forma de entender lo que es el gobierno del país. Y no estoy exagerando: eleven un poco el listón y se encontrarán de bruces con el lamentable espectáculo coral del estatuto catalán.