Esther Esteban – Más que palabras – Zapatero y la soledad.


MADRID, 4 (OTR/PRESS)

La soledad no sólo se ve, sino que se palpa y últimamente ronda demasiado al presidente del Gobierno. La soledad no tiene nada que ver con el aplauso de los propios, aunque se rompan las manos haciendo de clac. Es una sensación espesa, viscosa y desagradable que se intuye incluso detrás de las sonrisas y los halagos de los aduladores. La soledad tiene muchos sinónimos: tristeza, incomunicación, clausura, encierro, separación, abandono, desamparo, nostalgia, melancolía, añoranza o retiro, entre otros y, la mayoría, pueden aplicársele al inquilino de la Moncloa en los últimos tiempos.

Hace poco más de un año le pregunté a José Luis Rodríguez Zapatero, tras una entrevista, cuántas veces se había sentido solo en la jaula dorada de la Moncloa y me contestó que había sentido muchas veces el peso de la responsabilidad, pero que un político no se puede sentir solo cuando le acompañan once millones de votos. Eso es verdad, pero no es del todo cierto y, por eso, los políticos necesitan de vez en cuando bajar a la tierra de los mortales y dejarse abrazar, besar y piropear por el pueblo llano y soberano. Necesitan la adrenalina del aplauso más o menos sincero en vivo y en directo y el «subidón» de saberse útiles y respaldados en la tarea que desarrollan.

El presidente está solo porque no acierta a tocar la tecla para superar estos tiempos de tribulación. Su rostro es de tristeza porque no comprende por qué de repente ha dejado de ser ese yerno que toda suegra quiere tener. Su incomunicación, con algunos de sus ministros, es patente con temas sensibles como el secuestro del Alakrana. Su clausura está nada menos que en un palacio donde se siente encerrado. En su segundo mandato es evidente -votación tras votación- que sus antiguos aliados de la izquierda y nacionalistas le están dando la espalda, lo que le produce una sensación de abandono y desamparo. Siente nostalgia de los buenos tiempos cuando los mismos que hoy le niegan a quien negaban era al líder de la oposición y añora a ese Parlamento que sistemáticamente le hacia el cordón sanitario a Rajoy por ser el representante de la «derecha cavernícola».

El presidente se acaba de quedar solo una vez más con su plan de planes, con su «planazo», con ese anteproyecto de ley de economía sostenible que Mariano Rajoy calificó «un cartel ruinoso en un solar vacío». Claro que los demás no fueron menos críticos. Los dos partidos nacionalistas CiU y PNV lo tacharon de globo publicitario o de «producto de marketing con mucho envoltorio y poca proteína» y ERC dijo, sin más, que sus propuestas son criticables por sus lagunas «no por lo que dicen sino por lo que no dicen». ¿Es eso soledad o sólo un espejismo que refleja un estado que puede llevar a la melancolía?. No lo se, porque tal vez sea el peso, la pátina de la responsabilidad lo que a los gobernantes les aleja de la realidad de las cosas y su forma de buscar soluciones a los problemas no se acerca, ni con mucho, a las expectativas de los ciudadanos. Por eso el presidente está solo, aunque a resguardo en su burbuja Monclovita y aplaudido por su clac, lo cual no tiene por qué ser malo si todavía estuviera acompañado por esos once millones de votos. Lo que ocurre es que eso no lo sabremos hasta que las urnas den una vez más su veredicto y para eso queda una eternidad para lo bueno y, también, para lo malo.

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