Charo Zarzalejos – Con el ánimo encogido.


MADRID, 10 (OTR/PRESS)

Me confieso con el ánimo encogido. La constelación planetaria de la que con ingenuidad digna de libro nos habló Leire Pajín está a punto de producirse. Obama recogió ayer su Nobel de la Paz y Rodríguez Zapatero a punto está de hacerse con la presidencia europea. Esta coincidencia, decía Pajín, iba a ser toda una constelación. Se supone que de buenas noticias, de avances notorios en la solución de conflictos que parecen irresolubles. Juntos, Obama y Zapatero, iban a escribir un antes un después en este complejo mundo.

Pero mi ánimo está encogido porque no hay constelación que valga. A Obama le importan China y Rusia y para Europa tiene poco tiempo. Y Europa, a su vez, nos ha dejado solos frente a Marruecos, que tras palabras amables esconde una posición de fuerza y amenaza hacia España, que resulta de todo punto insoportable. La Europa que a otros nos sometió a toda clase de exámenes, está dispuesta a privilegiar sus relaciones con Marruecos sin hacer la menor consideración explicita a la necesidad imperiosa de respeto a los derechos humanos si, de verdad, quiere tratar de tú a tú con la comunidad europea.

Pero esta Europa nuestra parece noqueada por sus propios miedos, llegando al absurdo de no colocar árboles de Navidad para no molestar a los musulmanes. De la tolerancia al ridículo hay un paso. Lo primero es necesario; forma parte de nuestra forma de entender la vida. Lo segundo es el ridículo y, además, nos debilita.

En Lanzarote continua Aminetu Haidar. Su determinación nos tiene sobrecogidos. Sigo pensando que es mejor activista viva que héroe muerta; pero cuando alguien llega a la conclusión de que su vida no es lo más preciado, no hay Moratinos que lo arregle, sobre todo si quien puede arreglarlo es Marruecos, donde, a la vista está, la vida de Haidar y de quienes no son Haidar importan poco o nada.

A Haidar la vemos y sabemos que en caso extremo, España no va a permitir que muera -no debe permitirlo, por mucho que ella diga lo contrario-; pero nos falta ver a los tres compatriotas en manos de Al Qaeda. Pensar en su propio miedo, en el dolor que sus ausencias provoca en sus seres queridos, confieso que me encoge el ánimo. El único alivio es saber, constatar que lo mío no es una reacción patológica, que no se trata de un síntoma preocupante. Nuestros políticos -y así lo he constatado- también tienen su punto de angustia, que disimulan a través del silencio.

Nuestro país, España, atraviesa momentos de especial dificultad que va mucho más allá de la crisis económica. Tanto el asunto Haidar como el secuestro de los tres cooperantes son una prueba de fuego para la fortaleza de España como país ante el mundo. No estamos para constelaciones planetarias, ni para discursos con lugares comunes. No estamos para optimismos infantiloides ni para suprimir árboles de Navidad para no molestar. Estamos, más bien, para reafirmar aquello en lo que creemos, poner en valor todo lo conseguido y, para no hacer el ridículo, derrochar toneladas de tolerancia con los tolerantes.

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