Rosa Villacastín – El sacrificio de Haidar.


MADRID, 10 (OTR/PRESS)

Estamos tan poco acostumbrados a que alguien, en este caso la activista saharaui Aminetu Haidar, se juegue la vida por defender un ideal, que son muchas las personas que todavía piensan que no hacía falta llegar hasta los extremos que ha llegado esta mujer para llamar la atención no sólo de los españoles, también de la opinión pública mundial, del gobierno marroquí y de los organismos internacionales.

Poner en riesgo la propia vida es un órdago a la grande para cualquier gobierno democrático, bien sea del PP o del PSOE, de ahí la necesidad de que aúnen esfuerzos diplomáticos y políticos, si lo que verdaderamente quieren es evitar la muerte de Haidar, y no sacar réditos políticos de un asunto de tanta trascendencia, tan complicado como humanitario.

Sin entrar a valorar si las cosas se podían haber hecho de otra manera -no dejarla entrar en España hubiera sido igual de cruel que mantenerla en el aeropuerto de Tenerife-, lo importante ahora es evitar que muera, por más que ella y los que le aconsejan y apoyan defiendan su derecho a dejarse morir. Un derecho que en modo alguno solucionará el problema de los saharauis. Tan enconado, de tan difícil solución, toda vez que Marruecos se niega a aceptar el mandato de Naciones Unidas de conceder la autonomía a un pueblo que la reclama desde que España, en plena agonía franquista, les abandonara a su suerte, a su mala suerte.

No sé si cuando Haidar llegó a España sabía ya lo que iba a hacer o fue fruto de la improvisación. Pienso que lo sabía, pero no le importaron las consecuencias, ni siquiera lo inútil de su sacrificio, de ahí la dificultad para convencerla de que abandone la huelga de hambre, y vuelva a la actividad política y humanitaria.

«Regresaré a El Aaiún, viva o muerta», ha dicho con un hilo de voz, mientras la sociedad entera se moviliza como no lo había hecho desde la guerra de Irak, sorprendidos como estamos de que una mujer, una sola mujer, tenga en jaque a la diplomacia europea.

Quizá por eso, porque ya todo el mundo sabe de su existencia, de su dolor, de su sacrificio, de sus reivindicaciones, es por lo que Haidar debería reconsiderar su postura. Mejor viva que muerta, mejor como embajadora de su país por el mundo, que devuelta a El Aaiún en un féretro, convertida en el mito sí, de las nuevas generaciones saharauis, sí, aunque más que mitos lo que necesita la causa saharaui son representantes eficaces, gente de peso, capaces de llegar donde ningún otro pudo hacerlo, a quiénes se les abran las puertas que hasta ahora han permanecido cerradas. Y quién mejor que Haidar para desempeñar ese papel. Me gustaría que no se cumplieran sus deseos y que la vida volviera a sus ojos, hoy tan apagados y faltos de ella.

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