MADRID, 12 (OTR/PRESS)
Mañana, lunes, todos los que mandan en España se van a ver las caras después de más de dos años de clamorosa distancia. Sobre el papel, la idea de crear la llamada Conferencia de Presidentes, era una buena idea. La realidad política de nuestro país, su cada vez más complejo entramado institucional, el audaz reparto de competencias y fondos y la conciencia de poder que anida en todos y cada uno de quienes dirigen las comunidades autónomas, obliga a encuentros de este tipo. No cabe pensar en ninguna medida eficaz si lo que se propone no cuenta con el asentimiento de todos, o por lo menos de la mayoría, si no se produce una implicación sincera y comprometida con la suerte común de los españoles. Bueno sería que en algún momento nuestros presidentes, todos ellos, se preguntarán que pueden hacer ellos por los demás y no al revés.
Es posible que esta idea para algunos esté llena de ingenuidad y otros, que seguro que los hay, quieran ver en esta breve reflexión una clara tentación jacobina. Pero ni una cosa ni otra. Es más bien un ejercicio de realismo y más en tiempos de crisis, en los que sobran discursos ya sabidos y huecos, sobran promesas que no se pueden cumplir, y en los que está de más comprometer fondos que no acaban de llegar. No son tiempos de improvisaciones, ni de papeles redactados a última hora. No son tiempos de «plantones», ni de autosuficiencias.
Gusta decir al Presidente, refiriéndose a los más desfavorecidos, que de la crisis debemos salir todos. Y tiene razón. Debemos salir todos los ciudadanos, que somos los importantes, y dado nuestra arquitectura constitucional, también todos los territorios y aquí viene una de las pruebas de fuego de la Conferencia del lunes. Los populares están recelosos en la creencia _no infundada_ de que el Presidente busca la foto. Lo creen porque no han recibido documentación concreta, ni se proponen asuntos determinados. Los socialistas, por su parte, convencidos de que sus recetas son las únicas que valen y que la Ley de Economía Sostenible es lo más de lo más. Con este panorama de profunda desconfianza, poco cabe esperar de un encuentro de alto nivel institucional como es el previsto para mañana lunes.
Nuestro país, España, no atraviesa su mejor momento. Los conflictos que nos vienen del exterior, como, por ejemplo, el secuestro de tres cooperantes catalanes a manos de Al Qaeda, ponen al Gobierno en situación de máximo compromiso, sin olvidarnos de Amanitu Haidar que hoy por hoy es un problema español porque Marruecos ha tenido el impresentable arrojo de dar lo que vulgarmente se llama «un corte de mangas», nada menos que a la UE y a la misma Hilary Clinton, aunque hay que admitir que ninguna de estas dos altas instancias ha entrado en situación de «stress» para decir a Mohamed VI que así no se juega, que lo que hace con Haidar y con otros muchos ni se puede ni se debe hacer y, además, no se le va a consentir.
Esto nada tiene que ver con la cita del lunes, pero los ciudadanos necesitan de un gesto amable entre quienes tienen poder para condicionar parcelas importantes de nuestras vidas. Y cuando ocurre lo que está ocurriendo en España, lo menos que se puede pedir es que se midan las discrepancias, que se piensen los discursos, que se haga un esfuerzo de respeto al adversario.
Comprendo que rozo la ensoñación, pero cuando las cosas van mal, cuando todo se complica, cuando nada parece tener solución a corto plazo, no estaría mal que los presidentes que mañana se reúnen, además de hablar de dinero, de economía, encontraran un momento para hablar de España como país, como afecto compartido, y nos dijeran que podemos contar con ellos. ¿Se imaginan algo parecido a esto? Yo no, pero soñar es gratis.