Fernando Jáuregui – Siete días trepidantes – La mujer que puso en jaque a un Estado


MADRID, 12 (OTR/PRESS)

Aminetu Haidar tiene aires de Gandhi. Es frágil, habla pausadamente. Pero su voluntad es inflexible. Gandhi actuaba contra un régimen que, entendía, oprimía a su país, y su protesta dio la vuelta al mundo. Lo mismo que la señora Haidar. El problema es que ella se encuentra en territorio extranjero, que no es ni el opresor ni el oprimido, y es ese país ajeno el que debe resolver un caso en el que no está en riesgo (solamente) una vida humana, ni siquiera la estabilidad de un Gobierno que, como el español, se ha visto pillado entre dos o más fuegos: el «conflicto Haidar» ha adquirido dimensiones internacionales y no es al Ejecutivo de Zapatero al que salpica, sino que es ya al Estado. España se está jugando mucho en un conflicto que inicialmente parecía, en comparación con otros -Alakrana, secuestro de tres cooperantes en Mauritania por Al Qaeda–, «menor». Pero la llegada a Canarias de una débil mujer, que quiere ser saharaui y no marroquí, era un barril de pólvora y la mecha estaba encendida.

¿Quién encendió la mecha? ¿La policía que permitió la entrada de la mujer, no debidamente acreditada, como sugiere el Gobierno? ¿Quizá el propio Gobierno, que autorizó «políticamente» la entrada, como responde la policía, indignada con las acusaciones contra ella?¿La propia señora Haidar, a la que menos que veladamente se responsabiliza en los ministerios de Exteriores y del Interior de estar perjudicando a España con su tozudez, manteniendo una huelga de hambre pública que debería más bien ir dirigida contra Marruecos? ¿O fue el propio Rabat quien prendió el fuego, con su escaso respeto a los derechos humanos, una falta de respeto y de cintura democrática que incluye el aplastamiento del Sahara, un viejo conflicto que jamás fue bien resuelto ni por la antigua metrópoli ni por los actuales «ocupantes»?

Quién o quiénes tenga/n la culpa importa ahora relativamente poco. El caso es que la cosa ha ido yendo a más. Un grupo de artistas e intelectuales, junto con los máximos dirigentes sindicales, llegó a pedir esta semana -sin duda un error, al menos proclamándolo desde los micrófonos– la mediación del Rey ante Mohamed VI: se trata de que el régimen alauita ceda, a cambio de presuntas contrapartidas, a autorizar el regreso de la señora Haidar a El Aaiun, sin necesidad de que ella se declare marroquí. Difícil asunto, porque, si hay algo en lo que la monarquía marroquí, que ya se sabe que no es un poder solamente temporal, es rígida e inflexible, es en cualquier cosa que roce el estatus del Sahara. Y, al fin y al cabo, si Mohamed VI, que en algunos aspectos de marrullería política está superando a su padre Hassan II, no ha cedido a las peticiones del mismísimo Obama, del que depende su corona, ¿por qué iba a aflojar su postura presionado por las peticiones, u ofertas, de su «primo» Juan Carlos I?¿Por qué, cuando ni siquiera se ha ablandado ante tácitas amenazas de la Unión Europea de bloquear un acuerdo preferencial para los productos agrícolas del país magrebí?

Así que, temeroso de un fracaso y en una extraña pirueta que incluía hasta la petición al Monarca del archirrepublicano dirigente de Izquierda Unida Cayo Lara, el Gobierno dijo «no» a una posible mediación pública del Rey español, y la propia Casa Real dejaba claro que no habrá intervención del jefe del Estado… al menos que vaya a saberse.

Todo, pues, ha quedado tocado con el «caso Haidar», que ya digo que ha hecho palidecer otras cuestiones de gravedad y de intensidad indudables; porque no podemos olvidar ni los «referenda» independentistas en Cataluña de este fin de semana, ni el ya mentado secuestro de tres españoles con intervención del fundamentalismo islamista, ni el éxito de una manifestación sindical que muestra la exasperación de muchos ciudadanos ante una situación económica que llena de incertidumbre el panorama ante 2010.

No es ya el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, que se encuentra claramente en baja -no porque lo digan las encuestas solamente–, sino el conjunto del Estado, de España, el que está dando muestras de debilidad y de desconcierto ante todo lo que implica esta nueva versión polisaria de Gandhi, esa señora Haidar inconmovible que, por cierto, defiende las mismas cosas que defendía el partido que hoy sustenta a un Gobierno, el español, que hoy se enfrenta a un contencioso con el incómodo vecino del sur y a un enorme escándalo político.

Un escándalo que, desde luego, puede terminar en una tragedia que va más allá de la vida de Aminetu Haidar, o puede, si la frenética «diplomacia telefónica» da resultados, disolverse como un azucarillo hasta el próximo episodio, porque el problema de fondo, ese Sahara/Palestina que reclama Estado propio, sin que España, antigua colonizadora, haya dejado de oscilar en sus tesis diplomáticas al respecto, subsiste.

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