Fermín Bocos – Curas trabucaires.


MADRID, 16 (OTR/PRESS)

La carta o manifiesto de un centón de curas guipuzcoanos repudiando el nombramiento de monseñor José Ignacio Munilla como nuevo obispo de San Sebastián es una radiografía de la enfermedad crónica que aqueja al clero vasco. Quizá sería más exacto hablar de clero euskaldún, porque, en realidad, esa es la cuestión de fondo. El obispo Munilla es vasco y habla euskera, pero parece que a lo largo de su vida sacerdotal ha tenido claro que la prioridad de su ministerio era el Evangelio, no la «ikurriña». A lo ojos de los independentistas vascos católicos, el «pecado» del cura Munilla parece ser que se fechó en sus tiempos de párroco de Zumárraga, cuando era el único sacerdote que se atrevía a oficiar misas funeral por las víctimas de la banda terrorista ETA.

Por aquel entonces, para la feligresía del PNV y sus afines, el obispo fetén era monseñor Setién. Dicho lo cual, ya tenemos retratado el perímetro del «ring» al que le arroja su reciente designación. No hace falta acudir al libro de los profetas para saber que le van a hacer la vida imposible como se la hicieron a monseñor Ricardo Blázquez a partir de la «fatua» dictada por Xavier Arzalluz -«han nombrado obispo de Bilbao a un tal Blázquez»-.

Arzalluz, como antiguo jesuita, no podía ignorar que quien nombra a los obispos es el Papa; quienes quizá no lo sepan son los curas guipuzcoanos que repudian a Munilla. Parece que antes que curas de una Iglesia que se declara «católica», es decir, universal, están alineados por sus pequeñeces de caserío y han perdido el hilo romano y evangélico de la cosa. No conozco a Ignacio Munilla, pero estoy seguro de que ya les ha perdonado, aunque sepa que quienes le repudian sí saben lo que hacen.

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