Antonio Casado – Haidar gana el pulso.


MADRID, 18 (OTR/PRESS)

Con el pulso muy débil por el ayuno, Haidar ganó el pulso a los poderosos. Sin otras armas que las de su autoestima. Así terminó la odisea de Aminetu. Volvió a Itaca en la noche del jueves al viernes y logró que el histórico conflicto del Sahara saliera de la polvorienta carpeta donde duermen los llamados «conflictos de baja intensidad». Sobre ellos pasan su mirada distraída las grandes potencias internacionales. Y esa desidia es también el pretexto de los países más directamente implicados, como España y Marruecos, para seguir dando largas al asunto y someterse a la mano tonta de los hechos consumados.

Todos celebramos el final feliz en la huelga de hambre de Haidar en el aeropuerto de Lanzarote porque se ha salvado la vida de la activista, en grave peligro después de 32 días de ayuno. Este es el aspecto humanitario del episodio, aunque a nadie se le oculta el fondo político de la cuestión. De hecho, lo primero que dijo Haidar al saber que Marruecos por fin decidido permitir su retorno a El Aaiun y devolverle su pasaporte fue: «Ha sido un triunfo de la causa saharaui».

Se trata de encontrar el punto de cruce entre las tesis políticas, abanderadas por Marruecos (siempre ha visto a Argelia y el Polisario detrás de la actitud de la activista) y las tesis humanitarias, abanderadas por el Polisario y quienes la arroparon durante su largo mes de huelga de hambre (su argumento central fue siempre el de los derechos humanos).

Pero lo uno y lo otro han funcionado como resorte en la actuación de los unos y los otros. Hagámoslo extensivo a España, Francia y Estados Unidos, cuyos Gobiernos fraguaron el arreglo para que Haidar pudiese regresar a su tierra. «Por razones humanitarias», dice Marruecos, aunque se cuida de arrancar a España y Francia el reconocimiento del imperio de la ley marroquí sobre el territorio del Sáhara Occidental. No es creíble el ministro Moratinos cuando asegura que el arreglo del caso ha llegado sin hacer concesiones a Marruecos.

Entre otras cosas, el testimonio de Haidar se ha convertido en un alegato contra el cinismo de la política internacional. Ha servido además para sacarle los colores a España, por su flojera frente a la impresentable actitud del amigo marroquí en el ya largo conflicto del Sáhara Occidental. La política oficial de hechos consumados viene bloqueando la aplicación de la legalidad internacional desde hace treinta y cuatro años.

Lo ocurrido nos interpela. Por su especial vinculación a este territorio y sus gentes, España no puede hacerse cómplice de esa política, cuya caracterización se hizo ostensible en este caso. La gente ya sabe cómo se las gasta Marruecos en el trato a los saharauis, que solo reclaman la aplicación de las resoluciones de la ONU respecto a la descolonización del territorio. Solo tiene que fijarse en el trato que le dio a Haidar, aunque lo único que esta quería era volver a su tierra.

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