Esther Esteban – Más que palabras – Los toros desde la barrera.


MADRID, 18 (OTR/PRESS)

No me gustan los toros pero no soy antitaurina. No me gusta ver el sufrimiento del animal y en las contadas ocasiones que he ido a una corrida me he sentido incómoda con el espectáculo de la sangre e incluso me he tapado los ojos cuando el torero ponía las banderillas o entraba a matar. He disfrutado, eso sí con la parafernalia del espectáculo, con los impresionantes trajes de luces y con la elegancia o el arte del diestro en su baile con el capote o la muleta. No me gustan los toros pero mucho menos me gusta que a la gente se la corten las alas de la libertad y menos a la hora de plantear su ocio. No me gustan los toros, pero menos me gustan los discursos huecos que esconden burdos intereses políticos. Lo único que me gusta de los toros es recordar a mi abuelo Andrés -un republicano que sufrió la cárcel por defender sus ideas- y que comentaba que lo único bueno que había dado el franquismo era Manolete y la televisión, que le permitía pasar unas deliciosas tardes taurinas sin moverse de casa.

Como era un hombre sensato y bueno mi abuelo Andrés -que hoy sería un magnifico critico taurino- no entendería que fueran unos republicanos precisamente quienes quisieran cargarse una afición que a él le sirvió para olvidar sus penas y fueron muchas, pero lo que menos entendería de todo es ese afán prohibicionista de algunos y en eso estoy de acuerdo con el. Mi admirado Raúl del Pozo escribía ayer con una maestra propia de José Tomás en lo suyo, que si los de la Liga Noroeste siguen queriendo matar al Borbón e indultar al cornúpeta nos va a volver a todos los españoles monárquicos, jacobinos y taurinos y que ni siquiera cuando nos dejen en paz se apagará en Cataluña esa armada testuz que embiste desde Altamira a Guisando. No se puede decir mas con menos palabras ni hacer un retrato mas preciso de lo que esta ocurriendo en la tierra de adopción de Montilla. Que ayer el parlamento Catalán diera el primer paso para prohibir los toros es un síntoma que de nuevo nos conduce al enfrentamiento y la división a una sociedad que, mayoritariamente, prefiere ver los toros desde la barrera y que la dejen en paz mientras lo hace.

No me gustan los toros, pero lo que nos jugamos no son las corridas sino el pluralismo de una sociedad que debe tener libertad para disfrutar como guste del ocio y la cultura. No me gusta ese afán obsesivo e intervencionista de los políticos que pretenden legislarlo todo: el tabaco, el alcohol, las hamburguesas gigantes, el pescado crudo y hasta el uso de la lengua. Me incomoda mucho que estos señores que nosotros ponemos y quitamos con nuestros votos se empeñen en entrar hasta el comedor de nuestras casa y decirnos que es lo que debemos o no debemos hacer para ser políticamente correctos. Nunca pensé que a mi edad tendría que pedir permiso al Estado o la clase política cada vez que quiera hacer un acto de libertad individual, pero me siento joven cada vez que saboreo el regusto de infringir las normas que se nos quieren imponer a cucharones.

Fumo -aun sabiendo que por ello me he convertido en una peligrosa drogadicta-. No bebo porque no me gusta pero disfruto viendo a mis amigos como rematan una buena velada con un buen vino. Detesto ver sufrir a cualquier animal -sea un toro o un ganso decapitado para divertimento de algunos- pero si prohíben la fiesta nacional -más por lo que significa que por lo que es como desea ERC- al final me haré taurina. ¡Quien me iba a decir que a los 50 iba a recuperar ese espíritu ácrata de la juventud cuando reivindicábamos el «prohibido prohibir». ¡No hay mal que por bien no venga!.

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