Charo Zarzalejos – De curas y encuestas


MADRID, 19 (OTR/PRESS)

Las noticias que llegan del País Vasco llenan de asombro y de preocupación. Es, en cierto modo, como si el tiempo no pasara, como si las mentes se anquilosaran, como si nada de lo que ocurre influya. Hasta el 9 de Enero, monseñor Munilla no tomará posesión de su cargo como Obispo de San Sebastián. Toda la vida de Dios, es la Iglesia, organización jerárquica por excelencia, la que decide quienes son sus representantes. A Dios lo que es de Dios y al Cesar lo que es del Cesar. Así se funciona en democracias occidentales y así se nos recuerda de manera permanente desde los poderes civiles: la Iglesia tiene derecho a opinar, pero los ejecutivos y los legislativos, a gobernar y a legislar.

Este principio tan obvio se rompe en el País Vasco. Buena parte de su historia no se entiende sin el ruido de las sotanas, sin el calor de las sacristías, sin los silencios lacerantes de todos aquellos clérigos que, antes de llamar asesinato a la acción criminal cometida por ETA, hablaban -y aún hay quien lo hace- de «muerte violenta»; es decir, lo mismo el muerto lo era por un accidente de tráfico, que por un empujón en una tarde de rebajas. En mi memoria está el funeral por el magistrado Lidón. Casi veinte clérigos participaron en la ceremonia y sólo el obispo Blázquez habló de asesinato. Para los demás, el juez Lidón fue victima de «muerte violenta».

Para entonces Blázquez ya había pasado su vía crucis, la misma que le espera a monseñor Munilla con el recibimiento dado por la mayoría de los párrocos guipuzcoanos. Hablan así porque perciben que no es «de los nuestros», le atribuyen carpetas siniestras y secretas -completamente desmentidas– y temen que lleve a la iglesia guipuzcoana «por donde no quiere ir». ¿Y por donde quiere ir esa iglesia?. No está escrito que Munilla se vaya a cargar los talleres de oración, ni las reuniones de laicos ni demás iniciativas de «dinamización social».

Mas allá de consideraciones políticas, llama la atención que en un escrito elaborado por hombres entregados a Dios no recogen ni una sola reflexión evangélica, como por ejemplo algo que tenga que ver con el deber de acogimiento, la compasión, la caridad, la esperanza. Nada de nada. Cuando esto ocurre, es inevitable acordarse del desaparecido Mario Onaindia quien aseguraba -en las hemerotecas está- que «en Euskadi, los curas a lo que se tienen que dedicar es a decir que matar es pecado». Para muchos creyentes el mérito de seguir siéndolo es digno de mención.

Las encuestas sobre el Gobierno Vasco nos da otra perspectiva distinta pero complementaria de la realidad real vasca. La mayoría de los ciudadanos siguen sin confiar en el Ejecutivo de López. No les gusta. No lo quieren, sin que ello signifique que en otras cuestiones el País Vasco se acerca a eso que se ha denominado «normalidad». No inspira entusiasmo, ni mayor adhesión que hace unos meses. Quizás porque el cambio de verdad se ve lejano y difícil. Quizás porque la mayoría no lo quiere. Lo que sí es seguro es que la inmensa mayoría de los que dicen desconfiar lo dicen porque son nacionalistas y López, como Munilla, «no es de los nuestros». Así son las cosas.

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