Fernando Jáuregui – La semana política que empieza – El discurso navideño del Rey


MADRID, 20 (OTR/PRESS)

El mensaje que el Rey dirige a los españoles cada Nochebuena está ya terminándose de redactar y será grabado en las próximas horas, aunque se emita -este año también por la Euskal Telebista- a las veintiuna horas del día 24. Ese tradicional mensaje ha ido perdiendo la trascendencia que se le dio en los primeros años de la transición, pero ahora el papel del jefe del Estado se hace cada vez más importante, a la luz de la cierta crisis institucional que vive España.

Cierto que el breve discurso de felicitación de la Navidad que Don Juan Carlos pronuncia en estas fechas ha ido repitiendo sus contenidos en las últimas ediciones, haciéndose algo rutinario. El Monarca, en los tiempos que corren, no quiere correr el riesgo de parecer intervencionista en los asuntos políticos y se limita a pedir unidad a los partidos y respeto a la Constitución. Dos recomendaciones bastante desoídas, por cierto.

Ocurre que vivimos tiempos de cambios en La Zarzuela, dado que, aunque la Monarquía debe ser, por definición, la institución más inamovible, es preciso, como dice la frase falsamente atribuida a Lampedusa, que algo mude para que todo siga básicamente igual.

En La Zarzuela se van a reforzar los servicios de comunicación e imagen, como primer paso en una gradual transformación de las actividades de la Casa. Por supuesto, será una transformación lenta, que ya se sabe que las prisas son malas consejeras. Pero lo cierto es que los tiempos que corren son algo revueltos, y creo que los españoles debemos reflexionar sobre el papel que en nuestros días le cumple a un Monarca en un país en parte con tentaciones disolventes, y el propio Monarca tal vez también deba planteárselo.

Ignoro, desde luego, si el Rey se ha propuesto en algún momento incorporar a su mensaje de este año alguna referencia a la (¿inminente?) sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut de Catalunya; seguramente no lo hará, ni siquiera de manera indirecta, como no hará referencia a las «consultas soberanistas» en algunas localidades catalanas. Pero consta que ambas cuestiones preocupan, y no poco, en la Casa del Rey. Y, en mi opinión, sin querer ser de ningún modo alarmista, no es para menos.

Como monárquico confeso que soy, creo que un Rey moderno, democrático y adaptado a las circunstancias sería un buen bálsamo para sobrevolar las tensiones territoriales que vive un país que, como España, es probablemente más afecto a la Corona que republicano, aunque haya muchos que se proclaman esto último.

Pero, para que los nacionalismos, que son, en el fondo, republicanos, se sientan a gusto en el Estado, no basta con proclamas a la unidad y al entusiasmo por la Constitución; harán falta algunos retoques en esta Constitución y ,sobre todo, en los planteamientos de los grandes partidos nacionales. No veo, lamentablemente, un espíritu semejante ni en nuestra clase política ni en las instituciones ante este 2010 que, en mi calidad de mero observador, se me plantea tan apasionante. Y temo, al tiempo, que el mensaje navideño del Rey suponga este año más de lo mismo, primando la cautela sobre otras consideraciones.

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