Andrés Aberasturi – Haití.


MADRID, 15 (OTR/PRESS)

No resulta demasiado fácil mantener un mínimo de optimismo en este mundo nuestro. Se puede ser medio feliz a ratos, estar más o menos en paz con tu entorno más cercano y hasta debatir acaloradamente la Ley de Economía Sostenible. Lo malo es que, de pronto, aparece Haití y te da como vergüenza todo cuanto te rodea. Medio mundo vive en el olvido, tenemos a tres cuartas partes de la humanidad recluidas en algún lugar de la memoria y sólo la noticia brutal y repentina de un seísmo, de un tsunami, de una guerra, entornan esa puerta y ante nuestros ojos aparecen los ojos terribles de la miseria, del hambre sin adjetivos, de la injusticia hecha carne de niño, de la barbarie escondida tras un burka.

Hay territorios que parecen malditos. Haití es uno de ellos: pobre hasta la desesperación y con una mínima clase dirigente absolutamente corrompida. Haití es la gran olvidada de ese hemisferio y hoy todos escribimos sobre su desgracia. Hoy nos llegan noticias de que la ayuda internacional se vende (se revende) en los mercados para que unos pocos dictadores e hagan millonarios mientras la gente se entrega a revueltas desesperadas y la vida carece de valor. Hoy hablamos de Haití pero a lo largo de esas décadas hemos hablado de otros muchos sitios, de países que ya ni recordamos y no porque las guerras hayan terminado sino porque han dejado de ser noticia. Las guerras largas no se venden bien en los informativos y hay que sorprender con nuevas imágenes, con paisajes nuevos desolados, señalar en el mapa de este mundo único donde se ubican las hambrunas, dónde matan y mueren los niños de la guerra, en qué escombreras buscan comida los más pobres, cómo lapidan a un mujer acusada de adulterio por una ley que, encima, tratamos de comprender y hasta respetar.

No resulta fácil ser minimamente optimista en un mundo así. Las cosas están como están y son como son y es bueno preocuparse del cambio climático o discutir apasionadamente sobre la crisis financiera y la caída de las bolsas. Lo malo es lo que ocurre mientras tanto en la otra parte del mundo, Porque Haití tendría que haber sido noticia cada día desde hace muchos días, pero necesitamos un mínimo de muertos considerable para que nos asalte a la hora de comer mientras vemos la televisión. Somos así y no es bueno. Tal vez haya llegado la hora de revelarse y decir basta. Pero ¿a quién? ¿cómo? ¿con qué posibilidades reales de que algo cambie? Ah las ejemplares democracias occidentales* benditas sean porque me dejan escribir estas cosas pero que poquito más -seamos realistas- se puede hacer.

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