Rafael Torres – Al margen – La ordinariez.


MADRID, 1 (OTR/PRESS)

En el «hijoputa» de Esperanza Aguirre que fue a parar a un micrófono abierto cuando secreteaba con su segundo de a bordo hay, como se sabe, contenidas muchas cosas: el intento, malogrado en parte, de controlar absolutamente Cajamadrid; las luchas despiadadas en el seno del PP; el sentido patrimonialista que la dicente tiene de la política… Pero, sobre todo, contiene una profunda y abofeteante ordinariez. Y esa ordinariez preside, con el refrendo de una amplia mayoría de votos, Madrid. Pobre Madrid mío, que de rompeolas de todas las Españas ha venido a dar en rompeolas de todas las ordinarieces.

Aunque resignados a que nuestros políticos no sean criaturas extraordinarias, en el sentido de poseer algún valor de pericia, cultura o inteligencia superiores al común, no es tan fácil resignarse a lo ordinario, en este caso servido, además por una ciudadana que va de extravagante. La ordinariez de Esperanza Aguirre, tanto más acreditada ahora por cuanto emana de lo íntimo, de lo privado, nos sitúa definitivamente en Norteamérica, donde se dice que cualquiera puede ser presidente y que la prueba es el propio presidente. Diríase, en efecto que cualquiera que sepa colocar en la conversación, refiriéndose a un compañero o correligionario, un buen «hijoputa», puede ser presidente de la Comunidad de Madrid.

La sangre fría de la que siempre hizo gala Aguirre, ora al salir de helicópteros desplomados, ora al hurtarse de exóticas añagazas terroristas, no es bagaje suficiente, caso de que sea bagaje, para estar en la política, aunque sí, y seguramente sobrado, en la actual política española. Aterra pensar, en todo caso, en lo frío que le debió salir ese «hijoputa». De otro modo no se entiende que le saliera tan escalofriante la ordinariez.

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