Fernando Jáuregui – Crisis sí; disolución ¿Para qué?.


MADRID, 3 (OTR/PRESS)

Se escuchan estos días voces y se leen columnas pidiendo elecciones anticipadas. Quieren que Zapatero disuelva las Cortes ya después del semestre europeo y convoque elecciones, a la vista de la situación económica, «crítica», dicen, que vive el país. No veo cómo una convocatoria de elecciones -que, por cierto, suponen un gasto y una cierta paralización de la Administración- va a contribuir a dinamizar la economía española, cuando lo que esta necesita es una dosis masiva de confianza y todas las encuestas muestran que los ciudadanos simplemente no confían en su clase política; ni en la instalada en el Gobierno ni en la aposentada en la oposición. Mucho más productivo sería, sin duda, que ambos bandos llegasen a un acuerdo amplio para, conjuntamente y hasta unos meses antes de esas elecciones generales de marzo de 2012, tratar de encarar las soluciones -algunas, ya se ve, duras- para ir superando el bache.

Tengo la impresión de que estamos en una de esas coyunturas de desconcierto en las que cada cual lanza al viento una propuesta, «su» propuesta, venga o no al caso, sea o no conveniente a los intereses nacionales, sea o no coherente. Aunque confesémonos todos que lo cierto es que «algo» hay que hacer, algo más que seguir en esta deriva de «gestapillos», inventos de veguerías, fútbol cotidiano en las teles o pintorescas iniciativas que levantan ampollas en el cuerpo social porque no están bien calibradas y están aún peor definidas. Alguien tiene que hacer algo importante para detener esta sangría de desánimo moral que nos está atenazando a los españoles.

Y claro, el principal responsable de hacer algo es el propio presidente del Gobierno, que, si se me permite una cierta frivolidad, no va a poder limitarse a rezar a su laico modo rodeado de los principales del Reino y en compañía del amo del universo. ¿Qué es lo que le toca a Zapatero, además de orar? En mi opinión, ilusionar al país.

Eso significa dar pasos con botas de siete leguas. Remodelar cuanto antes su Gobierno -de acuerdo: se puede esperar a que termine el semestre europeo, pero no mucho más–, liberándolo de lastre y acortándolo de complacientes siseñores, como sugirió el presidente de Castilla-La Mancha (pronto silenciado por el «aparato»), para alargarlo con figuras de talla. Pienso que poco importaría -para mí, sería incluso preferible- que incluyera a gentes válidas, de peso, que transitan más o menos cerca de los planteamientos de la oposición; al menos, eso, ya que parece que no es posible un pacto formal entre PSOE y PP, o entre Zapatero y Rajoy, para llevar temporalmente el timón de manera conjunta.

Nunca como ahora ha sido más necesario que el gobernante saque conejos de la chistera, porque hace mucho tiempo que no se registraba un tal escepticismo de los gobernados con respecto a su clase política. Nunca como ahora he visto una tal parálisis cerebral en los dirigentes políticos, económicos, sindicales, intelectuales, de un país sin embargo lleno de vitalidad, que se siente injustamente tratado -como colectivo de españoles- por unos medios de comunicación extranjeros que, es de suponer, a quien de veras quieren atacar es al Ejecutivo que gobierna en España, no a todos los habitantes del país. No quiero lanzar voces de alarma que pudiesen sonar a partidarias o, menos aún, a catastrofistas. Pero las brechas bajo el casco son muy importantes, y el agua empieza a entrar a raudales: ¿dónde diablos andan el capitán del barco, la oficialidad y hasta los grumetes?

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