Rafael Torres – Al margen – Se vive bien de la política.


MADRID, 12 (OTR/PRESS)

Es natural que cuando hay más de cuatro millones de parados, cuando el gobierno amaga con empobrecer un poco más a los jubilados y a los pensionistas, cuando suena el siniestro run-run de la reducción de los salarios, y cuando, en consecuencia, el presente de los trabajadores pinta sólo un poco menos negro que el futuro, es natural, digo, que la gente se fije en los políticos, es decir, en cómo les va a ellos en la actual coyuntura. El hecho de que les vaya perfectamente, que conserven incólumes los sueldos que cuadruplican o quintuplican a los del común de los ciudadanos, y las prebendas, y los privilegios, y los pluses, y los suculentos complementos de jubilación, y los pluriempleos bien remunerados, sin que su labor pública, anodina o mediocre cuando no catastrófica, justifique en modo alguno esos estipendios, indigna y ahonda el abismo, tan peligroso en democracia, entre políticos y ciudadanos. El caso de María Dolores de Cospedal, que se las arregla para juntar varios sueldazos sin despeinarse (por no ir casi nunca al Senado se levanta casi un kilo), no es, lamentablemente, excepcional entre los que por representar al pueblo, deberían, como mínimo, correr su misma suerte en las duras y en las maduras.

La dignidad cívica del diputado, del alcalde, del senador o del ministro, máxima por cuanto representa la del pueblo en su conjunto, no es una cuestión de billetes. Es más, si esos cargos públicos renunciaran ahora a una parte de sus salarios y sus privilegios, la gente no sólo les vería más dignos, sino que, además, lo serían. Pero ni la vocación de servicio ni el sentido de la solidaridad de esos señores alcanzan, al parecer, para componer ese gesto, el único, por lo demás, que les acreditaría como verdaderos políticos. Antes al contrario, el presidente del Congreso sale diciendo que no sabe de qué se queja la gente, si los diputados cuestan sólo un poco más que Cristiano Ronaldo. El límite material de ésta columna impide hacer, sobre el particular, comentario alguno. Tampoco hace falta.

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