Victoria Lafora – Suspensión de militancia


MADRID, 13 (OTR/PRESS)

Ricardo Costa, ex secretario general del PP de la Comunidad Valenciana, renuncia a presentar alegaciones contra la sanción que le impusiera el Comité Nacional de Derechos y Garantías de su partido: la suspensión cautelar de militancia. Este gesto (¿de sumisión?) parece haber gustado mucho en el Partido Popular.

Manuel Cobo, vicealcalde del Ayuntamiento de Madrid, también suspendido de militancia por el mismo Comité, ha optado por presentar alegaciones. No sabemos a ciencia cierta si su gesto (¿de supuesta rebeldía?) habrá gustado al Partido Popular, aunque creemos que, a un determinado sector, no le habrá gustado nada.

Estas dos causas, diferentes en cuanto a su contenido y solo coincidentes en el tiempo, sirven para ilustrar sobre el concepto que en el Partido Popular se tiene de lo que es o no es justo; de lo que debe hacerse ante una decisión de sus altas instancias: someterse, callarse y aceptar la penitencia sin hurgar en su sentido.

Parece que Ricardo Costa lo ha entendido así. Manuel Cobo, no.

¿Ha demostrado Costa, con esta actitud, ser un buen militante, y Cobo, por el contrario, ser disidente e indisciplinado? En absoluto; lo cierto, lo que realmente está detrás de estas dos historias es que el diputado valenciano le hace un favor a su partido, y también a sí mismo, absteniéndose de remover las basuras en las que están metidos, mientras que Cobo, que tenía y tiene razón en el asunto por el que se le expedienta, se siente y está legitimado para litigar. Y litigando se hace un favor a sí mismo y a una parte de su partido. La conversación furtiva (captada por uno de esos micrófonos indiscretos) de Esperanza Aguirre, sobre un cierto «hijoputa», fue la prueba de que las opiniones y las críticas del vicealcalde no solo eran acertadas sino que se quedaban cortas.

Las historias de Costa y Cobo no tienen nada que ver entre sí; tampoco sus personajes. El primero forma parte, presuntamente como implicado, de una de las tramas de corrupción política más sonadas de nuestra democracia -el llamado caso Gürtel-; el otro fue, presuntamente, víctima de un esperpéntico episodio de espionaje político, orquestado, presuntamente también, por miembros de su propio partido.

Resulta comprensible y lógica la actitud de cada uno: callarse, en el caso de Costa, porque más vale «no menearlo», o presentar alegaciones, en el caso de Cobo, para defenderse.

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