Luis del Val – La industria inexistente.


MADRID, 15 (OTR/PRESS)

En la cinematografía española podemos encontrar excelentes actrices, magníficos actores, guionistas ingeniosos, directores de fotografía con fina sensibilidad y realizadores eficientes. Hay montadores con experiencia, iluminadores veteranos, maquilladoras expertas, elaboradoras de reparto atinadas, y asesores de vestuario capaces de salir airosos de una ambientación del siglo XVIII o de una puesta en escena de ciencia ficción. Lo que es muy difícil de encontrar, lo que resulta bastante insólito es tropezarte con productores. ¿Cómo es posible que se produzcan películas sin productores? Pues debido a una evolución, que algunos denominan degeneración, por medio de la cual el productor de antaño es hogaño un avispado recogedor de subvenciones.

El productor tradicional podía volverse millonario con una película y, también, tenía las mismas posibilidades de arruinarse con otra, pongamos que hablamos de Emiliano Piedra, pero el actual, aunque la película resulte una ruina, un desastre completo, un fracaso absoluto, no perderá un euro, porque los euros han sido puestos por municipios, autonomías, ministerios, fundaciones y un señor de Pamplona, o de Murcia, o de Bilbao, al que se le convence del chollo, y pone algo de dinero que no es el que procede de los bolsillos del contribuyente.

El cine español necesita ayuda económica, y puede que más que la que se le proporciona. Pero le sobran los peritos en gabelas, los tunantes del papeleo, los pícaros del subsidio. Hay creadores y trabajadores, artistas y operarios con una cualificación extraordinaria, pero detrás no hay ninguna industria, ninguna empresa solvente. En algunas raras ocasiones, sí, pero esta es una fábrica de coches sin factoría, un taller al aire libre, a la espera de alquilarlo todo por horas o por días, unos minutos después de depositar en el banco el certificado de la subvención y sacar el adelanto para las primeras comidas, porque ni las comidas las paga el productor.

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