Antonio Casado – Sin tregua contra ETA.


MADRID, 1 (OTR/PRESS)

«Rubalcaba desmoraliza a ETA», decía el lunes el periódico más empeñado en desmoralizar a Rubalcaba por cuenta del llamado caso «Faisán». Lo tiene difícil. Y eso se deduce de quien, como el propio periódico reconoce, está siendo capaz de acorralar policial y políticamente a la banda terrorista.

Descabezada por quinta vez en dos años. O sea, que no levanta cabeza. Y si la levanta se la cortan las fuerzas policiales. Entre otras cosas, porque están muy claras las cosas en la cabeza visible de la lucha antiterrorista, donde bombas y urnas aparecen como dos hemisferios en pugna irreconciliable. En la trastienda del nacionalismo vasco, mejor que mejor, también va perdiendo terreno la vieja compatibilidad de la acción política con lo que los nacionalistas llamaron siempre «lucha armada».

Desmoralizar a ETA es desmoralizar a también a sus amigos políticos, que han vuelto a echar mano del camuflaje semántico para ofrecerse de nuevo en las urnas (municipales de 2011) con piel de cordero pero sin mencionar expresamente el rechazo a la violencia terrorista. Su líder más conocido, Arnaldo Otegui, encarcelado por el juez Garzón, no puede llamarse a engaño, pues la ecuación tantas veces enunciada por el ministro Rubalcaba está más vigente que nunca: bombas o urnas. Las dos cosas al tiempo, imposible.

El fin de semana pasado tocaba actuar por el lado de las bombas. Fue en Cahan (Normandía) y cayó el nuevo jefe de ETA, llamado «militar». El tal Ibon Gogeascoetxea, en cuya hoja de servicios a la banda figura el intento frustrado de llevar a Cataluña y Portugal las fábricas de bombas de la banda. Y cayeron también un histórico militante, Gregorio Jiménez, y el asesino del concejal socialista Isaias Carrasco, el tal Beinat Aguinagalde.

Además de los 2.000 kilos de explosivos aprehendidos, el acoso policial a la banda se refleja perfectamente en las cifras: treinta y dos detenciones en los dos últimos meses. O sea, una detención cada dos días. Y habida cuenta de la creciente importancia de la infiltración policial y la acción de los confidentes en la lucha antiterrorista, nadie se atrevería a excluir la posibilidad de un inteligente y arriesgado juego ocasional en las dos orillas. Mucho le tiene que gustar a alguien el faisán si le da por reprochar una cosa así a las fuerzas policiales o sus responsables políticos, de cuyo compromiso y eficacia en la lucha antiterrorista estamos teniendo pruebas prácticamente a diario.

Sería deseable que ese apoyo tan pregonado del PP a la política antiterrorista del Gobierno no tuviera excepciones repicadas de un pasado en el que se quedó el fallido intento de negociar con ETA el fin de la violencia. El llamado caso Faisán ya está de mano de los tribunales. Por eso resulta desalentador que se utilice como elemento de desgaste del Gobierno. No se compadece demasiado con el supuesto consenso PSOE-PP frente al enemigo común.

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