MADRID, 6 (OTR/PRESS)
Hay momentos en la vida que incluso aquello que más quieres puede producir fatiga. No forma parte de mis afectos todo lo relacionado con los toros, pero como a millones de españoles, soy de las que ante una buena corrida puedo percibir arte, emoción, gloria y dolor. Si está en la lista de mis afectos mi país, España, una realidad tan hermosa como contradictoria, diversa y única, alegre y lamentosa, verde y árida y, en algunos momentos, capaz de producirme una enorme fatiga.
La crisis económica genera preocupación, pero fatiga mucho, muchísimo, el comprobar la reiteración de discursos. Lo mismo cabría decir de otros muchos asuntos que forman parte de la cotidianidad de nuestra vida política. Quienes por profesión debemos estar pendientes de todo lo que acontece, también tenemos nuestro corazoncito y hay veces, como a todos en sus respectivos quehaceres, que nos encontramos ante la sensación de no dar abasto, de ser incapaces de comprender por qué ocurren hechos que estaban al margen de cualquier agenda. Ahí es cuando se produce la fatiga.
No nos faltan problemas, ni cuestiones pendientes de resolver. No hay un minuto para el aburrimiento; pero como nada de esto parece suficiente, ahora toca el debate sobre los toros. La democracia permite y regula la iniciativa popular y en Cataluña han logrado llegar al Parlamento con la pretensión de acabar con la fiesta de los toros. En el tiempo transcurrido desde que se inició el debate se han escuchado aseveraciones que pasarán a la historia por la carga de estupidez que exhibían. Pero, bueno, es un debate que se ajusta a lo legalmente previsto y que estaba circunscrito a un ámbito muy concreto y con nulas o muy pocas posibilidades de poder plasmar la pretensión de prohibir las corridas en Cataluña. Hasta donde se sabe, ni PSC ni CiU ni desde luego el PP están por la labor, como se verá cuando llegue el momento del pronunciamiento oficial y definitivo.
Identitario o no, cualquier debate destinado a lograr la prohibición de una realidad que forma parte de la cultura y tradición española y, desde luego, catalana, es un debate, en mi opinión, absurdo y sobre todo peligroso. ¿Si se prohíben las corridas porque no prohibir la construcción de altísimos edificios que siempre suponen un riesgo para los operarios que trabajan en la obra? Siempre habrá gente capaz de argumentar cualquier otra prohibición.
Si el debate catalán a muchos nos produce fatiga, ésta se ve multiplicada cuando nos encontramos que otras Comunidades han entrado en resonancia y así, sin medir los tiempos, optan por declarar las corridas como un bien cultural. Hay que decir que en Francia existe esta declaración, de manera que en sí misma no es una decisión que esté fuera de lugar, pero sí fuera de tiempo. Nunca los antitaurinos catalanes imaginaron tanta influencia como la dada por Madrid, Valencia y Murcia; es decir, por los tres presidentes del PP que gobiernan en todas ellas, que con su decisión han logrado sorprender en Génova. Allí Rajoy tiene otros asuntos más importantes y urgentes y en Cataluña han logrado hacer, sin quererlo, un pequeño roto a Alicia Sánchez Camacho. Este debate era suyo y no de Aguirre o de Camps.
Así las cosas, el debate ya a nivel nacional está servido y promete ser agotador. Por ello, y por cuestión de higiene mental, algunos hemos decidido que nuestra religión nos impida entrar en él. En julio José Tomás torea en Barcelona y entonces se comprobará lo absurdo, lo fatigoso de un debate que nunca debió trascender los muros del Parlamento catalán.