Antonio Casado – Sesiones de control.


MADRID, 10 (OTR/PRESS)

Va a resultar que lo de la democracia representativa nos remite al teatro y no a la voluntad popular delegada en la clase política. O sea, puesta en escena y no gestión real de los intereses generales. El seguimiento y control de las decisiones del Gobierno está encomendado al Parlamento. Son los grupos de la oposición quienes hacen mayor uso de esta herramienta institucional. Lógico. En ajedrez diríamos que juegan con blancas, puesto que llevan la iniciativa, mientras que los miembros del Ejecutivo juegan con negras, dando las explicaciones solicitadas por los diputados o respondiendo a sus preguntas e interpelaciones, siempre orientadas a impedir que el Gobierno pueda hacer de su capa un sayo.

Una rendición de cuentas, pues. En eso consisten las llamadas sesiones de control, que se llevan a cabo a primera hora de la mañana de cada miércoles. Teóricamente, un yacimiento vivo de novedades para general conocimiento de los ciudadanos, amén de ocasión para tomarle el pulso a la legítima tensión entre el poder y la oposición, el titular y el aspirante.

Nada de eso ocurre ya en las sesiones de control. Con el paso del tiempo han degenerado hacia la pura escenificación. Por eso nos recuerda más a la democracia representada, o dramatizada, que a la democracia representativa que diseña la Constitución.

Al final, una pasarela de monologuistas. Los del Gobierno echan balones fuera y de tanto en tanto reclaman el apoyo del principal grupo de la oposición en los retos comunes. Y los del principal grupo de la oposición compiten en manufacturas verbales que no aspiran a aclarar nada sino a ocupar la parte más efectista de los medios informativos.

De las sesiones de control celebradas esta semana, martes en el Senado y miércoles en el Congreso, sólo quedan las ocurrencias. Todas ellas de una levedad insoportable. Va a resultar que las sesiones de control solo sirven para que el PP ponga en circulación lemas tales como: «La subida del IVA puede ser muy socialista pero no es social» (Soraya Sáenz de Santamaría), «Insultar a España es gratis» (Rajoy) o «Zapatero y Rubalcaba son las equis políticas del caso Faisán» (Coisidó).

Tampoco el Gobierno deja de aprovechar el escenario para hacer su propia representación con manufacturas verbales de elaboración previa. Así descubriremos la vena dramática del ministro Caamaño acusando al PP: «Ustedes le han cogido el gusto a la brocha gorda». O la del propio Zapatero en el Senado: «Pónganse alguna vez al lado del Gobierno en cuestiones de interés general». O la vicepresidenta Salgado: «Son ustedes el colmo de la hipocresía».

Claro que mejor eso que aplicar la doctrina Aznar: «A personas descaradas, respuestas descaradas». ¿Se imaginan a Zapatero haciéndole una peineta a Rajoy cuando éste le acusa de ser complaciente con las dictaduras?

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