Luis del Val – Montesquieu y Harry el sucio.


MADRID, 15 (OTR/PRESS)

Cuando veo una vieja película de Clint Eastwood, y éste, en el papel de Harry el sucio, se pasa por el arco del triunfo las leyes procesales y las garantías democráticas y, sin orden judicial entra en el domicilio de los delincuentes, y consigue pruebas y, luego, les da una manita de hostias, es decir, les tortura, hasta que confiesan su crimen, lo más emocional de mí se pone de parte de la tortura y del asalto domiciliario, aunque luego piense que podrían entrar en mi casa, sin orden judicial, y coger a mi hijo y torturarle hasta que confesara algo que no ha hecho, y dejarlo convertido en un guiñapo. Más aún, no han sido pocos los que, en voz baja, comentan que si les dejaran un par de horas a solas con los asesinos de Marta del Castillo se sabría dónde está su cuerpo. Lo asesinos son unos canallas redomados, pero la tortura no está autorizada, y es bueno que no lo esté, aunque en un momento determinado favorezca a los criminales.

Decía Montesquieu que «la libertad es el derecho de hacer lo que las leyes permiten; y si un ciudadano pudiera hacer lo que prohíben, ya no habría libertad, porque los otros tendrían el mismo poder».

Si un juez ordena grabar las conversaciones de los abogados encargados de la defensa de los imputados en la causa ¿quién va a prohibir en el futuro que cualquier juez haga lo mismo, y nos hayamos cargado el derecho de defensa?

Por las grabaciones se sabe que la trama Gurtel está repleta de pícaros, pero espiar a los abogados defensores es actuar con el mismo desparpajo que Harry el Sucio. Las servidumbres de las leyes pueden favorecer a los rufianes, pero apoyarse en que el fin justifica los medios es saltar al otro lado de la barrera, a ese en el que las garantías no existen, porque cualquiera puede saltarse las leyes.

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