Consuelo Sánchez-Vicente – Otra Euskadi es posible


MADRID, 4 (OTR/PRESS)

El Aberri Eguna siempre me desconcierta, no logro encajar en las reglas de la lógica ese sentimiento nacionalista excluyente y aislacionista que subyace en la mente de algunas personas no precisamente cerriles que conozco sino muy inteligentes, como creo que son algunos de los políticos nacionalistas que tengo ocasión de tratar por mi oficio y algunos amigos. Y también muy viajados y leídos por hacerle un guiño al dicho clásico. En su primer Aberri Eguna con el PNV en la oposición, su presidente, Iñigo Urkullu, ha hecho un llamamiento a sus bases para «no arrugarse ante los Zapatero y Rajoy o sus delegados López y Basagoiti». Ninguneando sin pestañear el veredicto de dos urnas, las generales y las vascas. Y Urkullu es una de esas personas inteligentes a las que me refiero. ¡Que sinrazón!

Cuando habló de que para intentar recuperar el gobierno vasco el PNV tendría que superar «los errores que pudimos cometer en el pasado» y construir una alternativa «moderna» y de progreso, me dije, caramba, que sano es un paseíto de vez en cuando por la oposición. Albergué la ilusión de que el partido mayoritario de Euskadi estaba haciendo una autocrítica constructiva de verdadero futuro para los vascos. Pero era una ilusión. No «arrugarse» ante los que no comulgan con su fe nacionalista era el mensaje. Y el camino de vuelta, el de siempre; el mismo.

El nacionalismo étnico y excluyente que ha practicado el PNV en su larga etapa del poder y muy especialmente en la última, durante esos gobiernos a dieta única de «Plan Ibarretxe» para olvidar, es, visto con los ojos del mundo actual – y que me perdone quien de buena fe se sienta ofendido – un viaje a la Edad Media. En nuestro mundo globalizado e interdependiente en el que hasta el presidente de la hiperpotencia por excelencia, los EEUU de Obama, ha ganado las elecciones prometiendo sustituir la unilateralidad en la toma de las decisiones importantes por el multilateralismo; en un mundo cada vez más mestizo y sin fronteras, un partido que quiere un país monoparlante y monotemático encerrado en una jaula de cristal es un anacronismo. Ni un minuto dedicó Urkullu a elogiar lo mucho que para bien ha cambiado la vida en el País vascos para los vascos y para los simples visitantes, lo a gusto que se pasea y se respira, y lo mal que le va a ETA. Aunque solo fuera por esto último, el presidente del PNV debería haber reconocido, en mi opinión, que el cambio de los Zapatero y los Rajoy, los López y los Basagoiti merece -y mucho- la pena.

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