Antonio Casado – La Iglesia acosada.


MADRID, 5 (OTR/PRESS)

Arremeter contra el mensajero, desviar la atención, inventarse una conjura de los adversarios, quitar importancia al escándalo, minimizar su alcance, etc, son lugares comunes en la reacción de las organizaciones pilladas en falta. Lejos de mí la tentación de referirme sólo a las organizaciones «humanas», como si también las hubiera «divinas». Hacer la salvedad daría pie a una suposición absolutamente arbitraria. Al menos ante los poderes civiles, la Iglesia católica se compone de ciudadanos sometidos al mismo principio de igualdad ante la ley.

Quienes desde dentro o fuera de la Iglesia católica se sienten en la obligación de acudir en su ayuda frente al acoso mediático que sufre por los casos de pederastia en el clero, denuncian ahora una especie de campaña orquestada por sus adversarios de siempre. El predicador de la Casa Pontificia, el padre Cantalamessa, llegó incluso a establecer un disparatado paralelismo entre antisemismo y cristianofobia. Luego pidió disculpas, es verdad, pero el lance nos ha dejado una muestra de la desorientación argumental de la Iglesia ante el chaparrón de acusaciones que le está cayendo encima. No tanto por los casos que vamos conociendo, sino por su insana tendencia al encubrimiento.

Es injusta, por supuesto, la generalización a la hora de asociar estas prácticas aberrantes con la Iglesia católica y sus servidores. Pero hay datos abrumadores para no correr el riesgo de la generalización si hablamos de encubrimiento. Hasta el portavoz de la Santa Sede, Federico Lombardi, lo ha reconocido en unas declaraciones públicas: «Debemos admitir que en el pasado la cultura era ocultar el problema o trasladar las culpas», dice Lombardi.

Pedir a los obispos que rompan de una vez por todas su malsana tendencia al encubrimiento de la pederastia en sus filas no es parte de una conjura ni la más reciente expresión de una patología histórica llamada cristianofobia. Eso no implica ignorar que los reales enemigos de la Iglesia seguramente aprovechan la ocasión para sumarse a la cacería. De eso también hay. Hemos de tenerlo en cuenta y separar el grano de la paja, precisamente como la mejor forma de evitar que la Iglesia tome la cristianofobia como excusa y acabe desviando la mirada ante unas conductas reñidas con la dignidad humana y el Código Penal.

El escándalo no es la supuesta campaña contra la Iglesia sino el afloramiento de numerosos casos de pederastia hasta ahora ocultos bajo la alfombra. Lo alarmante no es el eco mediático del problema sino la vergonzante tendencia al encubrimiento. No hay campaña contra la Iglesia, sino contra la conducta aberrante de algunos religiosos y de quienes los trasladan, los perdonan o se conforman con el propósito de la enmienda, en lugar de dedicarse a prevenir y denunciar los abusos.

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