Esther Esteban – Más que palabras – Semana de pasión en el PP.


MADRID, 9 (OTR/PRESS)

La Semana de pasión del PP ha llegado con unos días de retraso, pero ha tenido todos los componentes propios de la Semana Santa. Ha habido silencios clamorosos como el de Rajoy, que presionado por los suyos finalmente le señaló donde estaba la puerta de salida al poderoso Bárcenas. Le ha faltado, eso sí, decir, alto y claro, que el partido no le dará ni una ni trece monedas al presunto para que se defienda y que debe salir del templo de los justos y abandonar el Senado con deshonor.

Cada dirigente tuvo su paso propio y los cofrades dispuestos a llevar el trono de las angustias, los dolores, la fe o el consuelo. Javier Arenas ejerció su papel de Soledad intentando a toda costa evitar lo inevitable y defendiendo a su antaño colaborador con la pasión del converso, consciente de que -como no podía ser de otro modo al final- sería como la voz que predica en el desierto. María Dolores de Cospedal, la mas activa a la hora de cortar por lo sano, no quiso ser la virgen del Amparo ni la del Gran Perdón a sabiendas que adoptar ese papel sólo la llevaría a ser coronada de espinas.

Hubo sus momentos de traición en el huerto de los Olivos y su prendimiento para el ex compañero Matas, abandonado a su suerte por cometer, presuntamente, eso sí, el peor de los pecados de un político: poner la mano y llevárselo crudo y en especies: es decir, robar a manos llenas los dineros de los honrados ciudadanos. Hasta Aznar ¡cosas del destino! tuvo su momento estelar en esta semana de llanto y crujir de dientes. Convocó una última cena, en formato de almuerzo con sus leales de antaño, que no son precisamente lo mismo en estos momentos. Allí sentó a su diestra al elegido Rajoy y le leyó su evangelio particular. El mismo evangelio, según Aznar, que no pudo escuchar el hijo prodigo, ese Rato, al que en su día despreció por leerle la cartilla sin pelos en la lengua, y no ha querido volver a la casa del Padre para hacerse la foto.

En esta semana de escándalo hubo sus cofrades, limpios e impolutos vestidos de negro luto para la ocasión y también los penitentes que salieron en procesión con los ojos vendados y los pies descalzos, pidiendo perdón por sus pecados. Lo que no hubo fue domingo de resurrección, porque para que ese día llegue y el muerto resucite hará falta no sólo propósito de la enmienda y decir los pecados al confesor, sino que ese partido quede limpio como una patena y la acción sea tan ejemplar y ejemplarizante que nadie vuelva a caer en la tentación. AMEN.

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