MADRID, 18 (OTR/PRESS)
Las víctimas han sido las grandes olvidadas durante una larga parte de la democracia. En el caso del terrorismo, durante años incluso se escondían los entierros y en algunos lugares era difícil encontrar un sacerdote que ofreciera una misa por las víctimas. En ocasiones las víctimas tenían que tener cuidado de por dónde circulaban, o marcharse de su tierra, mientras los asesinos y sus defensores andaban libre y provocadoramente por los escenarios del crimen. Un día, esta sociedad ciega y sorda rectificó. Afortunadamente.
También en el País Vasco, donde ahora, gracias al impulso de Patxi López, va a ser posible que las víctimas acudan a la escuela para explicar que la paz no se puede construir bajo el imperio de la sangre y que la democracia exige reparación a las víctimas. La escuela es siempre el camino hacia el futuro.
Esta semana se presentará en Madrid, en la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, la obra de un personaje único que nos dejó hace unos meses. «La dignidad de las macrovíctimas transforma la Justicia y la convivencia», es la obra póstuma de Antonio Beristáin Ipiña, jesuita, catedrático de Derecho Penal, creador y director del Instituto Vasco de Criminología, una de las grandes figuras de la Criminología española del siglo XX. Las víctimas, y sobre todo las macrovíctimas, las víctimas del terrorismo, quienes han sufrido la violencia sin razón alguna, son la esencia de la obra. A ellas les dedicó prácticamente su vida este hombre grande.
Decía Beristáin que el Derecho Penal está obsoleto, construido solamente con la referencia de los delitos, los delincuentes y las penas, pero que olvida a las víctimas y las alternativas jurídico penales orientadas hacia el resarcimiento y reconocimiento de éstas. Frente al in dubio pro reo, Beristain propone el in dubio pro victima que, sin duda, es mucho más ambicioso, que no es incompatible con las garantías y derechos, incluida la resocialización, que nuestro Estado de Derecho ofrece a los delincuentes.
Dice el juez Javier Gómez Bermúdez en el prólogo de este imprescindible libro, que «la víctima es anterior a la existencia de un proceso en el que se declare su existencia. Desde que se comete un delito hay víctima y delincuente. Es un hecho objetivo, no opinable, que exige que el estado -y el Derecho que lo objetiva- estén de parte de quien sufrió las consecuencias del acto criminal».
Beristáin formula un Decálogo de la Nueva Justicia y Espiritualidad Victimal hiperhumanista, reparadora, no retributiva, no punitiva. Defiende que «la política criminal niegue teórica y eficazmente el poder punitivo del Estado y en su lugar cree y fomente la obligación radical -humana y justa- de reparar totalmente y dignificar a las víctimas». El hombre que amaba a las víctimas y que trabajó con ellas y por ellas, decía que «allí donde domina el terrorismo se anula la voz y la palabra». Lean el libro. Aunque él ya no esté queda su palabra fecunda. Desaparecerá el terrorismo, seguro. La palabra de Antonio Beristáin seguirá viva siempre.