José Luis Gómez – A vueltas con España – Garzón, un problema de todos.


MADRID, 18 (OTR/PRESS)

Baltasar Garzón, el magistrado más famoso del país y el juez español más reconocido en el mundo, se asoma al precipicio. Tres casos, que alguien unió en el tiempo, amenazan la hasta ahora brillante carrera del todavía titular del juzgado número 5 de la Audiencia Nacional: la investigación de los crímenes del franquismo, un patrocinio del Banco Santander y las escuchas del caso Gürtel, donde está implicados altos cargos y ex dirigentes del PP por financiación irregular de su partido.

En el primer caso se da la circunstancia de que el querellante es un partido que dio cobertura ideológica a la dictadura de Franco, lo cual da alas a la defensa moral de Garzón, sin que lamentablemente para él eso sea equivalente a validar su instrucción, que es lo que está en cuestión desde el punto de vista estrictamente jurídico. Lo que pasa es que el debate legal se ha diluido en medio del debate político, de manera que ahora lo que parece estar en juego es la propia posición de la justicia española ante el franquismo. No es nada fácil resolver las dudas que planean sobre este caso, y menos si falla la defensa jurídica de Garzón, pero lo que es innegable es que una condena no solo pesaría sobre la cabeza del juez estrella: la propia democracia española quedaría algo tocada ante los ojos del mundo que aplaudió a Garzón cuando instruyó causas contra tiranos de América y Asia.

La admisión a trámite de querellas contra Garzón no avaladas por la fiscalía es otro indicio de que algo falla en la cúpula del sistema judicial español. Si se observan imprecisiones o incluso errores en el trabajo del juez también cabe corregirlos sin tanta contundencia, dejando a un lado la vía penal. En definitiva, tampoco sería la primera vez que el famoso magistrado instruye con ciertas lagunas.

El país no solo está asomado al precipicio que tiene Garzón delante. También está reviviendo problemas del pasado que por lo que vamos viendo no están tan resueltos como parecía que estaban. Cuando menos, el pacto de la transición admite algunos ajustes, empezando por saldar la deuda con los familiares de todos los asesinados. Garzón, esté o no errado desde el punto de vista estrictamente jurídico, puede ser percibido como un símbolo por quienes exigen un reconocimiento a unos familiares a los que también quieren darle sepultura con dignidad. Si España hizo lo más difícil en la Transición, cuesta creer que ahora no sepa hacer los deberes pendientes. Entre todos.

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