Rafael Martínez-Simancas – Sin etiqueta – El pasajero.


MADRID, 20 (OTR/PRESS)

Al que se le ocurriera aplicar el nombre de «terminal» a las instalaciones de un aeropuerto lo clavó, no se podía definir de mejor forma. Cuando los vuelos no despegan por culpa de los volcanes irritados es cuando más «terminal» se vuelven (y más acabado te sientes). No hay soledad más amarga que la de tener calor, estar sentado sobre una maleta y abanicarse con la tarjeta de embarque sin mayor entretenimiento que leer la lista de vuelos cancelados. Y así pasen las horas.

En la cadena de derechos humanos todavía no hemos conseguido la libertad del viajero que está muy cerca de la esclavitud consentida. En los aeropuertos te obligan a quitarte los zapatos, el cinturón, la chaqueta y el reloj. El siguiente paso es el tacto rectal o la exposición al desnudo a través de unas pantallas que nos convierten en figuras de Rubens sin gracia. Pues a pesar de ser sometido a todo tipo de vejaciones (físicas y espirituales), el pasajero no tiene derecho a nada, ni a reclamar. No en vano cada vez construyen los aeropuertos más grandes para dar la impresión de que uno está bajo el amparo de una catedral gótica, inmerso en una cárcel espiritual con largos pasillos que invitan al misticismo.

Se calcula que doscientos mil europeos andan atrapados en alguna parte, José Blanco ha coordinado una evacuación con la Royal Navy que le convierte en pieza fundamental de la «Operación Dunquerque». Los pasajeros británicos serán llevados a la isla a través de buques de guerra. De nuevo no espere el viajero mayor comodidad que la de ir de pie en la bodega y sin ver el mar por un ojo de buey. Así que, de repente, uno que pensaba regresar a Londres con un billete cerrado se ve convertido en polizón dentro de un barco de guerra. Este debe ser uno de los efectos secundarios de la condición de pasajero, que nunca puedes reclamar tus derechos, y en todo caso habrá que dar las gracias al capitán por no lanzarte al mar desde una lancha de desembarco. Los buques de guerra están dotados de grandes avances de armamento pero carecen de las comodidades de la rampa de acceso de un crucero.

Y como cuando se cede en un derecho no se vuelve a recuperar, habrá que estar muy atento a las consecuencias de la «Operación Dunquerque», no vaya a ser que Blanco y la Navy saquen como experiencia que se viaja muy cómodo en las tripas de un dragaminas. La historia del pasajero ha sido siempre un camino hacia peor: ya no hay cubiertos de plata y manteles de hilo, en cambio todos somos pasajeros de tercera, bultos sospechosos. Es el precio por ampliar la oferta turística a todo el mundo, es verdad, pero es que encima el precio es caro y el placer escaso.

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